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Como en la selva

  • 17 enero 2023 /

No me canso de repetir, que uno de los hábitos éticos, de las virtudes humanas, que más nos elevan en la escala hominal, es el respeto. No hay convivencia civilizada posible si cada uno de nosotros no estamos dispuestos a reconocer la dignidad inherente del prójimo y que, por muy estrambótica que sea su manera de pensar, e, incluso, su conducta, siempre y cuando no atente contra la misma convivencia civilizada que antes señalaba, merece no solo respeto, sino, también, estima.

Decía en una columna anterior que el mundo de las ideas es tremendamente diverso y que la enorme mayoría de las opiniones, de las posturas vitales, son opinables. Para gustos, colores. Hay a quien le guste el rojo y a quien el verde. Y ninguno de lo dos puede presumir superioridad, porque ningún color es mejor que otro, apenas y son distintos.

La obcecación, la intolerancia, es sinónimo de vida primitiva, salvaje. Se entiende que la calidad de irracionales, propia de los animales que pueblan una selva, les permite comportarse de una manera que no resulta apropiada ni imitable en la aldea humana. No nos resulta, pues, extraño, que un felino cace a una gacela, pero sí debería chocarnos que dos personas se líen a golpes o se den de balazos, porque piensan distinto sobre un mismo asunto. También nos resulta familiar y natural el concepto de cadena alimenticia, que permite que unas especies animales sobrevivan a costa de otras. Pero resultaría inconcebible que concluyéramos que esos comportamientos irracionales también son válidos en la sociedad humana. No nos extraña que, en la selva, el más grande, el más feroz, el más ágil o el más astuto, devore o aniquile al más débil, al que marcha más lento o al que se encuentra en situación de vulnerabilidad o desventaja. Pero imitar eso en el mundo de los hombres y las mujeres, es, sin duda alguna, una aberración, una locura.

El mundo, el de ayer y el de hoy, es un desalentador catálogo de conductas bárbaras. La francesa noche de San Bartolomé, o la de los cristales rotos, que sirvió de preludio a la barbarie nazi; las guerras mundiales, las persecuciones por razones políticas o religiosas de todos los siglos habidos y por haber, la incapacidad de dialogar de facciones enfrentadas por intereses particulares, etc., etc., son penosos renglones de un vergonzoso elenco que desdice de nuestra calidad de seres pensantes.

De ahí que cada uno, cada una, debemos llamarnos a la reflexión, para romper esa cadena violenta que nos lleva a vivir como en la selva, como las bestias, como criaturas irracionales.