20/04/2024
05:39 AM

Saber para servir

Roger Martínez

Hay una universidad guatemalteca, la Universidad del Istmo, que tiene como divisa, como lema, la frase que da título a esta columna: saber para servir. Y a mí esa frase siempre me ha hecho reflexionar sobre la función del conocimiento, sobre las razones que llevan a una persona a empeñar años de vida y esfuerzos considerables en el desarrollo de unas competencias que lo habilitan para desempeñar una tarea, para el ejercicio profesional.

Lo cierto es que, en general, las personas decidimos realizar determinados estudios para poder ganarnos la vida y para, por medio de los conocimientos que adquirimos por medio de ellos, contribuir a la solución de los diversos problemas que la realidad plantea a nosotros mismos y a los demás. Pocos son los individuos que emprenden unos estudios por puro placer o por el simple gusto de atesorar sabiduría; lo que no es para nada censurable, pero no deja de ser llamativo. Claro, habría que tener la vida resuelta desde el punto de vista material para dedicar tiempo a atesorar conocimientos por el gusto de tenerlos.

Lo que más sentido tiene, como reza el eslogan de la mencionada universidad, es que decidamos emprender una carrera, optemos por ocupar ordinariamente los mejores años de nuestra vida para prepararnos para servir a los demás. Cuando se piensa y se actúa así, los títulos y diplomas que se van recibiendo resultan inevitables, pero no son más que ganancia paralela, un beneficio colateral, nunca el fin principal. Porque cuando el conocimiento sirve de pábilo para la soberbia, de excusa para la jactancia, de pedestal para el orgullo, de alguna manera el sentido del estudio se desnaturaliza, se corrompe.

A mí personalmente nunca me han mareado los títulos. Es más, siempre he preferido que me llamen por mi nombre. Y más ahora que se ha puesto de moda llamar “máster” a los que hemos cursado algún posgrado, y que suena tan feo. Porque, además, no siempre hay correspondencia entre los años de estudio o la colección de diplomas y la conducta ética, la integridad moral o el espíritu de servicio. En mi vida he conocido demasiadas personas que tienen paredes enteras tapizadas de distinciones académicas, pero que no han sido capaces de hacer feliz a nadie de su entorno.

De ahí que haya, incluso, que hacer la diferencia entre conocimiento y sabiduría. El conocimiento está más bien ligado con el manejo de una técnica, con el saber hacer, mientras que la sabiduría tiene más que ver con el saber ser. Saber ser auténticamente humano, ser siempre sensible a las necesidades de los demás, y esto último es lo que verdaderamente cuenta.