23/04/2024
12:01 AM

Sobrevivir

Uno se pregunta, después de haber pasado más de un año ya, escuchando y viendo recomendaciones sobre el lavado de manos, el uso de la mascarilla y el distanciamiento social, ¿por qué no logramos que las personas adopten los cambios propuestos en beneficio no solamente propio, sino colectivo?

Elisa Pineda

Uno se pregunta, después de haber pasado más de un año ya, escuchando y viendo recomendaciones sobre el lavado de manos, el uso de la mascarilla y el distanciamiento social, ¿por qué no logramos que las personas adopten los cambios propuestos en beneficio no solamente propio, sino colectivo?


No únicamente en Honduras, sino en el mundo entero, la gente insiste en hacer a un lado las medidas, manteniéndonos al borde del precipicio, una situación que rebasa a los profesionales de la Salud y amenaza con volverse más compleja luego de la Semana Santa, en la que muchos decidieron hacer a un lado toda medida y disfrutar, como sinónimo de vivir.


Aún y cuando esa forma de actuar no sea únicamente nuestra, en el caso de Honduras el panorama puede resultar aún más complejo, si tenemos en cuenta que nuestro sistema de salud hace tiempo ya que está en situación precaria y que somos uno de los países latinoamericanos con menor avance en vacunación contra la covid-19.


Con el correr del tiempo, hemos aprendido que todo esfuerzo de comunicación social destinado a sensibilizar y generar cambios, es necesario cuando la gente está empecinada en seguir sus impulsos o quizá, en buscar incansablemente una vida que corresponda a paradigmas sociales fortalecidos con el tiempo.


Lograr el cambio hacia el cuidado de lo que nos rodea, incluidas las personas, no ha sido ni será tarea fácil, porque implica despojarnos del individualismo que parece una de las características sobresalientes de nuestra época.


Todo indica que no hemos aprendido bien la lección como suponíamos que sería al inicio de la pandemia, cuando planteábamos que después de una experiencia como esta, la humanidad sería mejor. Estamos entonces, después de unos días de descanso, de recogimiento espiritual para algunos, de olvido para muchos, de excesos para otros, frente al escenario real.


En el caso de Honduras, volvemos a la realidad de una covid-19 que no dará tregua alguna; además, regresamos a un escenario de tensión política, por la debilidad institucional evidenciada con el proceso de elecciones primarias, así como por lo acontecido hace pocos días en Nueva York.


Regresamos para enfrentarnos a un panorama sombrío, en el que pocas cosas son claras. Volvemos sin asimilar todavía lo que nos está pasando, para sobrevivir, entendido como “vivir con escasos medios o en condiciones adversas”, una de las definiciones que nos proporciona el Diccionario de la Real Academia Española.


Estamos de nuevo en este panorama desafiante, no solamente como individuos, sino como colectividad, enfrentada a su reflejo vergonzoso, por las palabras duras recibidas desde otras latitudes y especialmente por la liviandad de nuestra democracia electorera.


Quizá como una forma de defensa ante lo que sucede, hemos aprendido a ser algo indiferentes, sin percatarnos del enorme riesgo que eso conlleva, de empeorar la situación.


De esta forma no solo por el virus, sino por muchas cosas más, nos encaminamos hacia un destino incierto que debemos buscar comprender y enmendar antes de que sea demasiado tarde.


Más allá de sobrevivir, debemos aprender a prevenir y a cuidar, no solamente en materia de salud, sino en todos los ámbitos de la vida. Nuestro futuro colectivo depende de eso. No nos cansemos de repetirlo.