Me pregunté: ¿qué puedo hacer para igualarlos? Dinero no voy a gastar en algo como esto, pensé. Luego tomé una decisión: hacer uso de los llamados “eventos” que me ofrecían recompensas que seguramente me incrementarían el nivel al obtenerlas. Así hice. Comencé con diligencia a jugar en el evento de turno, pero nunca llegaba a la recompensa ilusionada.
Quise dejarlo entonces. Para qué perder tiempo aquí, me dije, desalentado. Pero en el momento crucial de llevar el dedo a la flecha de salida hice un cambio repentino hacia lo positivo, es decir, que en vez de pensar que todavía me faltaba mucho, mejor decidí pensar que cada vez estaba más cerca. Como dice el viejo adagio: mejor es ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío.
Creo que esto nos puede ser de utilidad en este inicio de año. Debido a los acontecimientos que hemos estado afrontando —la pandemia y un virus que luce invencible, huracanes, problemas relacionales y financieros, desafíos laborales, disparates políticos y divisiones a todo nivel— podría ser una tentación ver el futuro medio vacío y un camino demasiado largo por recorrer. Para qué seguir intentándolo, podría decirse.
Para qué seguir entrando a jugar este evento de la vida si es imposible obtener algo de él. Eso es, precisamente, lo que no se debe pensar. La Biblia dice que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza (Romanos 5:3-5a). En pocas palabras: un proceso que nos prepara —o nos preparó— para alcanzar la recompensa. Pero tenemos que seguir sin dejarlo. “Mas tenga la paciencia su obra completa, para que [sean] perfectos y cabales, sin que [les] falte cosa alguna (Santiago 1:4).