24/04/2024
11:38 PM

Un viaje azaroso

La noche anterior, óscar Turcios, uno de los hombres más buscados por la policía somocista, y yo, habíamos discutido por una tontería.

Víctor Meza

La noche anterior, óscar Turcios, uno de los hombres más buscados por la policía somocista, y yo, habíamos discutido por una tontería. Una simple violación a medidas de seguridad insignificantes se había convertido en motivo de discrepancia inútil y enojo injustificado. A lo mejor, los dos teníamos la razón y el problema no debía pasar a más. Sin embargo, durante todo el vuelo, un larguísimo trayecto de casi diez horas, guardamos silencio y evitamos el diálogo. Una estupidez, sin duda.


Al llegar a nuestra primera escala, bajamos del avión y deambulamos un rato por los pasillos de un aeropuerto, en donde el aire acondicionado no funcionaba. Apenas si lo hacía una máquina expendedora de refrescos, a medio calentar, que exigía monedas norteamericanas para entregar una simple coca cola. Yo tenía unas cuantas monedas norteamericanas de 25 centavos, los famosos “quarters”, indicados para obtener al menos una botella de soda. óscar, discreto y dispuesto a reprimir el tonto orgullo, se acercó y me pidió un ansiado “quarter”. Se lo di, por supuesto, y ahí mismo terminó el absurdo y silencioso alejamiento.


La siguiente escala era más difícil y arriesgada. Llegábamos a un país en el que los dos no éramos bienvenidos ni bien vistos y, por lo mismo, debíamos conservar identidades distintas y conductas discretas. Solo estuvimos ahí tres días, por fortuna. Seguimos hacia Praga, la capital de la entonces Checoeslovaquia, en donde nos esperaba, solícito y siempre alegre y medio burlón, el poeta salvadoreño Roque Dalton, quien acababa de llegar de París y promovía con entusiasmo la idea de un pronto retorno a tierras centroamericanas. Al despedirnos de Roque, nadie podía sospechar que sería la última vez y que el adiós era final y definitivo.


El viaje debía seguir y la ruta ya estaba trazada: Ginebra, en Suiza; Gander, en Canadá; Kingston, en Jamaica y, finalmente, en barco maderero, hacia Puerto Cortés, en la lejana Honduras. Ya en Centroamérica sería más fácil introducir a óscar en tierra nicaragüense, a través de la frontera sur que divide a Nicaragua y Honduras. Esos eran los planes, pero el destino era otro.


En Canadá, una tormenta de nieve nos obligó a dormir en Gander, un pequeño poblado que tiene un aeropuerto de recambio y de paso. Al día siguiente, ya en el vuelo hacia Jamaica, debimos aterrizar de emergencia en un aeropuerto norteamericano por amenaza de un supuesto artefacto explosivo en el avión. Para colmo, en el mismo vuelo viajaba la selección de fútbol de Yugoeslavia, lo que volvía más riguroso el control y las suspicacias aduaneras.
Por fin llegamos a Jamaica. No sabíamos lo que todavía nos esperaba. Para empezar, luego de instalarnos en una discreta casa de huéspedes, alquilamos un auto, olvidando el “pequeño detalle” de que en ese país se conduce al estilo inglés, por la izquierda, y no como lo acostumbramos nosotros, por la derecha. Un pequeño y gran lío.


Pero el verdadero conflicto vino después. Teníamos asegurado un excelente contacto en Puerto Cortés, que nos recibiría y ayudaría a llegar hasta la frontera sur, vecina con Nicaragua. La hija del oportuno contacto estudiaba en Ginebra y era amiga de nuestros compañeros y aliados. Todo estaba asegurado para un desembarco tranquilo y seguro. Fingíamos ser representantes de firmas farmacéuticas multinacionales, y nuestro contacto, a nivel local, se dedicaba a un rubro parecido.


Sin embargo, a la medianoche de la víspera del viaje, recibimos una llamada de Ginebra ordenando suspender el viaje. Uno de nuestros compañeros, un profesor mitad norteamericano y mitad nicaragüense, embriagado al extremo, se había sobrepasado en sus pretensiones con la hija del contacto y, esta, furiosa y decepcionada, había llamado a su padre pidiéndole su rechazo a nuestra llegada y la negación de ayuda.


Debimos cambiar la ruta, el medio de transporte y las fechas de abordaje. Cambio de planes. Un total descalabro.
Pero, esta ya será otra historia.