16/04/2024
12:06 AM

Para conocernos mejor

Roger Martínez

Aun en estas semanas, meses ya, de encierro he tenido la oportunidad de conversar con algunas parejas que han enfrentado algún conato de crisis o una crisis mayor, con maleta hecha y huida de casa incluida.

En todos los casos, las dificultades surgieron, en parte, porque hacía tiempo que no habían compartido espacios ni momentos con tanta asiduidad y, claro, no habían tenido suficientes oportunidades para reconocerse, para observar con mayor detenimiento las virtudes y los defectos del otro. Ahora, con la oficina en casa, haciendo las tres comidas juntos, siendo testigos directos de la manera de trabajar y de la forma en que el otro se relaciona con colegas y clientes, las cosas han cambiado.

Además, tanto ellos como ellas me han dicho que, a veces, han percibido al otro algo irritable, inquieto, tal vez nervioso ante la incertidumbre, o han tenido la sensación de no poder llegar a todo: el trabajo profesional, las tareas domésticas, la escuela en casa, la compra a domicilio, la salida quincenal al banco, la falta de servicio doméstico. Y, por supuesto, el miedo al contagio, los recortes salariales, el pariente o el amigo enfermos, la muerte de un ser querido… un coctel complicado.

De modo que cuando la chispa ha saltado por los aires el incendio ha sido inmediato: reclamos, reproches, discusiones antiguas que recuperan vigencia, algún grito, algún portazo, algún esto no hay quien lo aguante…

Una señora me decía: lo que sucede es que antes de la pandemia salíamos muy temprano de casa, cada quien se iba a su oficina y nos reencontrábamos por la noche, cansados, hablábamos un rato y nos íbamos a la cama; los niños se acostaban antes y no daban problemas mayores. Ahora hemos debido compartimentar la casa: uno en el dormitorio, otro en el estudio, otros en el comedor. Cuando alguno levanta la voz, alguien le dice que la baje, y ahí comienza el problema. Claro, decía, habrá familias que tienen casa grande en donde nadie molesta a nadie, pero no es el caso de la mayoría.

Yo he concluido. Es cierto, este confinamiento nos ha hecho conocer mejor o con mayor detenimiento lo malo, lo peor, lo bueno y lo óptimo del otro. También es cierto que todos o, por lo menos, muchos, andamos hipersensibles, de un toque, pero lo que debemos entender es que ni el cónyuge ni los hijos tienen la culpa de esta situación y que, por lo tanto, no nos la debemos sacar con ellos. Lo que toca es armarnos de paciencia y convertir lo que queda de esta cuarentena, que ya es mucho más que eso, en una oportunidad de conocernos y querernos más y mejor, no hay de otra.