19/04/2024
12:32 AM

Cómo bucear en una fosa séptica

Roger Martínez

Hasta ahora no he tenido tiempo ni ganas de entrarle al mundo de las redes sociales, tengo solo Twitter y WhatsApp. En el primero de los casos sigo apenas a unas diez personas y a un par de entidades. Confieso que, más por necesidad que por curiosidad, alguna vez he tenido la tentación de abrir cuentas en otras de ellas, pero afortunadamente he podido resistirla. Y luego, cuando leo algunas cosas en las dos que tengo o me cuentan lo que se publica en otras, me siento satisfecho de mi decisión.

La frase que da nombre a esta columna no es mía, sino de una de mis hijas. En más de una ocasión me ha dicho que, muchas veces, cuando navega en redes sociales tiene la sensación de haberse sumergido en una letrina a rebosar, puesto que lo que encuentra en ellas son insultos, descalificaciones, siembras de odio, difamaciones sin cuento, noticias falsas o tonterías, superficialidades, intrascendencias, estupideces, frivolidades, etc., etc., etc.

Entonces pierdo más el interés en ellas. Encima, en más de una ocasión me ha tocado ir a una oficina del Gobierno o a conseguir una cita al Seguro Social y he sido testigo de primera mano del tiempo que pierden muchos funcionarios porque, por estar conectados a saber a qué, tardan más de lo que deberían en atender al público y, por lo mismo, descuidan sus obligaciones laborales.

No soy de las personas que satanizan nada y sé de personas que hacen muy buen uso de las redes, gente que las utiliza para difundir ideas interesantes, para defender causas nobles, para realizar convocatorias, para combatir la desinformación, para dar voz a los que no la tienen.

Pero también, como decía al principio, sobran los que las utilizan para difundir falsedades o para tirar a la calle el honor y la buena fama de otros, solo por causar daño o por sacarse algún clavo. Sabemos también que abundan las cuentas ficticias, los que se esconden en un alias, los que crean perfiles falsos, los que exponen, por razones desconocidas, su vida privada.

Hace falta ser muy selectivos, estar muy bien informados, usar mucho el sentido crítico para no contaminarse en semejantes aguas porque tantas veces son realmente putrefactas, nauseabundas, asquerosas. Claro, no porque esa sea su naturaleza, sino por la manera en que se hace uso y abuso de ellas.