18/04/2024
07:23 PM

El fin del encierro

Jorge Ramos Ávalos

​Tengo miedo, como todos. Mientras no haya una vacuna o un tratamiento efectivo contra el coronavirus, salir de casa es un riesgo; pero a pesar de que siguen aumentando los contagios y los muertos, el mundo está reabriendo, poco a poco.

En cada país es distinto, pero en todos lados hay una enorme presión para ponerle fin al encierro. Hay familias que llevan más de dos meses en casi total confinamiento. Pequeños y grandes negocios están esperando la autorización de los Gobiernos para abrir sus puertas, y solo en Estados Unidos más de 36 millones de personas han perdido sus empleos en dos meses.

Pero haríamos bien si recordáramos la canción “Despacito” de Luis Fonsi. “Las consecuencias pueden ser muy serias” si abrimos las actividades sociales y económicas demasiado rápido en Estados Unidos, dijo el doctor Anthony Fauci en una audiencia del Senado vía teleconferencia desde su casa. “Mi preocupación es que empezaremos a ver pequeños picos de infección que se transformarán luego en contagios masivos”.

En Estados Unidos hay más muertos y contagiados que en cualquier otra parte del planeta, y se está abriendo muy rápido. Si quitamos la zona metropolitana de Nueva York, el resto del país no ha logrado aplanar la curva de contagios, según un análisis de AP.

A pesar de esto, el presidente Donald Trump ya está cantando victoria. “Hemos enfrentado este momento y hemos vencido”, dijo en una ceremonia en la Casa Blanca; pero eso no es cierto. No hay victoria cuando ya tienes más de 85,000 muertos por el virus y habrá decenas de miles más. Trump ignoró las primeras señales de la pandemia y ahora estamos pagando las consecuencias. El 54 por ciento de los estadounidenses cree que el Gobierno está haciendo un mal trabajo en el manejo de esta crisis.

Llama la atención lo primitivo de nuestra respuesta al virus. Es casi lo mismo que hicieron en la Edad Media con la peste bubónica. Encerrarse en sus casas y distancia social, es lo más básico. Sobre las plagas no hay remedios milagrosos ni grandes avances tecnológicos en casi siete siglos. Enfrentamos la pandemia igual que los europeos en el siglo XIV.

“En el año de nuestro Señor de 1348, la plaga mortífera irrumpió en la gran ciudad de Florencia, la más bella de las ciudades italianas”, escribió Giovanni Boccaccio en El Decamerón sobre la peste que se transmitía por una bacteria que infecta a las pulgas y a las ratas y que mató a 50 millones de europeos en cinco años.

“Ningún conocimiento ni previsión humana alguna fueron de provecho en contra de ella… La virulencia de la plaga fue máxima, ya que los enfermos la transmitían a los sanos mediante el contacto (…) el simple contacto con la ropa o con cualquier objeto que el enfermo hubiera tocado o usado transmitía la pestilencia… Más lastimosas eran las circunstancias de la gente común y, en gran parte, de la clase media, ya que estaban confinadas a sus casas con la esperanza de estar seguros u obligados por la pobreza; y restringidos a sus propias secciones, diariamente caían por miles”.

​Este escrito de Boccaccio sobre la plaga no es tan distinto a los reportes que escuché esta mañana en CNN y la BBC; pero la mayor diferencia estriba en la esperanza de encontrar en los próximos meses una vacuna o un tratamiento que evite que los muertos por el coronavirus se cuenten por millones. (Hasta ahora ya sobrepasan los 300,000 muertos en el planeta por covid-19).

Mientras tanto, dos fuerzas chocan en el mundo: por un lado, la urgente necesidad de salir del encierro y empezar a trabajar (o a buscar empleo y dinero) y, por el otro, el temor real a una segunda ola de contagio si abrimos demasiado rápido las escuelas, negocios, parques, playas y centros comerciales.

“Una segunda ola de contagios está en nuestras manos”, advirtió el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, y el objetivo es claro: preservar la vida antes que cualquier otra cosa.

​A pesar de lo anterior, el consenso planetario parece ser que no queremos estar encerrados hasta que se encuentre, produzca y distribuya una vacuna. Aunque el fin del encierro, por definición, implica mayores contactos, mayores riesgos y más infecciones. Boccaccio ya nos advirtió lo que puede pasar.