Habían pasado varias semanas sin que tuviera noticias de mi hermano menor radicado en Barcelona, España. Un día sentí la urgencia de llamarlo por teléfono. Al establecer la comunicación, mi cuñada, muy sorprendida, me dijo: “¿Cómo te enteraste?”. “¿De qué?”, le respondí. “De que tu hermano intentó suicidarse”. Estas son las palabras que encabezan el testimonio del autor Jorge León titulado “Sé que la depresión puede matar, porque mató a mi hermano”. Ciertamente, el mensaje es claro.
La pregunta que brota como derivación es quizá la siguiente: ¿cómo lo hace? Según el autor, en cuya lista de logros académicos aparece un postgrado en Psicoanálisis, no existe una “causa madre” para los trastornos depresivos. Sin embargo, hay una serie de factores que puede producir la enfermedad (es decir, el famoso detonante, la dinamita que produce la explosión), a veces con la conjunción de varios de ellos: 1) el duelo patológico (o la resistencia a aceptar la pérdida de alguien importante), 2) sentimientos de culpa, 3) la disminución de la autoestima, 4) trastornos cognitivos que conducen a la persona a tener pensamientos negativos de sí misma, 5) la pérdida del trabajo, la salud, la juventud, 6) la soledad en general, especialmente en el momento de la jubilación, 7) el síndrome del nido vacío (partida de los hijos), incluida la viudez, y 8) la etiología bioquímica. Como se dijo, todos estos son detonantes, los que, si se notó, el 90% tienen que ver directa o indirectamente con las circunstancias de vida; es decir, la dinamita normalmente está afuera, no adentro. Reconociendo esto, la Biblia recomienda: “Sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque este determina el rumbo de tu vida”, Proverbios 4:23 NTV. “Les dejo un regalo —dice Jesús—: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que yo doy es un regalo que el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo”, Juan 14:27 NTV.