Según un estudio del psicólogo canadiense Pier Steel, son cuatro los factores que determinan la tendencia a posponer una tarea. El primero es la expectativa (¿seré capaz?) y luego está la valoración (¿me gusta?). En tercer lugar, la impulsividad (¿consigo enfocarme?) y, finalmente, la demora de la satisfacción (¿cuándo recibiré la recompensa?).
Otro punto importante a considerar es el afán por el perfeccionismo, que nos acerca a padecer la “parálisis por análisis”. Esto es, esperar a que las condiciones sean “perfectas” para poder actuar, lo que nos va llevando a posponer y demorar nuestras metas. El temor a fallar o equivocarnos es una de las principales causas de abandono de los proyectos.
Hay que recordar la tríada mente, corazón y cuerpo, ya que cuando el miedo a emprender nos paraliza, generalmente está relacionado con alguna creencia limitante preexistente a la que le dimos más espacio del que deberíamos. Entonces, lo primero es identificar la causa que nos está llevando a posponer esa labor. En esa medida podremos concretar un plan de acción para desarrollar actitudes e instalar nuevos hábitos que nos permitan corregir. Sustituyamos esas dos palabras por “voy a hacer” o “me comprometo a”, pero siempre desde el corazón. Entonces, la energía comenzará a fluir de otra manera.
Las palabras que elegimos para expresarnos nos pueden encaminar hacia los objetivos o desviarnos de la meta. Además, la mente no entiende de ambigüedades ni de metáforas. En la medida en que seamos claros, la energía se enfocará hacia el logro que anhelamos.