19/04/2024
09:47 PM

Una masacre anunciada

Sí, Patrick Crusius, de 21 años de edad, también es joven y fue acusado de asesinar a 22 personas el pasado 3 de agosto.

Jorge Ramos Ávalos

“Tenía mucho tiempo para vivir, no sé por qué se lo llevó, no lo voy a ver jamás. No lo entiendo, si él también está joven”.

Sí, Patrick Crusius, de 21 años de edad, también es joven y fue acusado de asesinar a 22 personas el pasado 3 de agosto. Diez y nueve de los 22 muertos tienen apellidos hispanos. Se trata, por lo tanto, del peor ataque dirigido específicamente contra latinos en la historia moderna de Estados Unidos. El Gobierno de México lo ha calificado como un “acto terrorista” (ya que entre los muertos hay 8 ciudadanos mexicanos) y es, también, un crimen de odio. ​La matanza de latinos en El Paso, Texas, es la expresión de rechazo más brutal y violenta frente a un futuro dominado por minorías. Es lo que pasa cuando el odio racial se promueve desde arriba hacia abajo en un país donde hay más armas que personas.

Minutos antes de irrumpir en Walt-Mart, según las autoridades, Crusius posteó digitalmente un “manifiesto” en el que justificaba su acción. Escribió que el ataque era en respuesta a la “invasión hispana de Texas”. Al leer el documento de 2,300 palabras, un párrafo me saltó. Decía: “No tiene ningún sentido permitir que inmigrantes ilegales o legales inunden a Estados Unidos ni el permitir que se queden decenas de millones que ya están aquí”. Esas palabras podrían perfectamente escucharse en un discurso del presidente Trump, de miembros de su gabinete o de algunos políticos de la derecha.

​El problema es este: las palabras de Trump y las de Crusius se confunden. Cuando ambos hablan de “invasión” y exponen su visión negativa sobre los inmigrantes es difícil saber de qué boca están saliendo.

La xenofobia presidencial y la de millones de sus seguidores viene del temor de convertirse en minoría en su propio país. Los blancos (no hispanos) aún son mayoría en Estados Unidos, pero en menos de 30 años ya no lo serán. Se trata de una verdadera revolución demográfica que está poniendo a prueba la tolerancia de millones de estadounidenses. Aunque muchos le dan la bienvenida a un país cada vez más diverso, otros, como Trump, se resisten a un destino multiétnico y multicultural.

A golpes se me ha esfumado la esperanza de que Estados Unidos controle y limite el uso de armas. Ya perdí la cuenta de todas las masacres que he cubierto como periodista. Después de cada matanza -Columbine, Sandy Hook, Las Vegas, Parkland – creí que habíamos llegado al límite, pero no fue así. Temo que las muertes en El Paso no cambien nada y que pronto tenga que treparme a otro avión para cubrir la siguiente masacre, y la siguiente, y la siguiente. Como padre, ya tuve esa difícil conversación con mis hijos: si les toca un tiroteo -les dije- traten de escapar, escóndanse o peleen, pero no se queden inmóviles. Los pistoleros van cargados de balas, no de paciencia. ​

Estamos en una temporada de odio. En los últimos cuatro años han aumentado los grupos de odio, según el Southern Poverty Law Center.

Una mañana crucé la frontera de El Paso a Ciudad Juárez, Chihuahua. Sobra decir que Juárez fue considerada durante muchos años una de las ciudades más peligrosas de México y de todo el hemisferio por la presencia de los carteles de las drogas. La gran ironía es que, tras la masacre en Texas, algunos habitantes de Ciudad Juárez me dijeron que no se atrevían a cruzar a El Paso con sus familias. Temían ser cazados/discriminados por el simple hecho de ser mexicanos. ¿Por qué no quieren ir a Estados Unidos?, les pregunté. La palabra “racismo” estuvo en casi todas sus respuestas.

Nadie debería tener miedo por haber nacido mexicano o latino, pero a eso hemos llegado en los Estados Unidos de Trump.

Lo que ocurrió en El Paso fue una masacre anunciada. Más allá de la absurda abundancia de armas de guerra en las calles, hay un hilo narrativo (feroz e inequívoco) desde las palabras de Trump en aquel julio de 2015 -“son violadores”- hasta la matanza en El Paso en este agosto de 2019.

​Las palabras importan y, cuando van cargadas de odio, hacen muchísimo daño.