Los nicaragüenses fueron expulsados de Cruta por las Fuerzas Armadas hondureñas y durante el gobierno de Villeda Morales la Corte Internacional de Justicia ratificó el laudo de Alfonso XIII, rey de España, que en 1906 había determinado que el río Wans Coco o Segovia era la línea divisoria entre los dos países. Para entonces, el gobierno de Somoza había destruido el bosque de la zona, la iglesia morava se había impuesto entre la población y empezado un lento proceso de aculturación nacional, más con fallos que con aciertos.
Las “misiones educativas” enviadas allá no siempre tuvieron presentes las condiciones de una población que siempre se ha sentido alejada del resto de la de Honduras por la indiferencia de las autoridades y del pueblo hondureño. Aun ahora, Gracias a Dios continúa incomunicada y los avances de la población de Olancho, especialmente, amenazan la integridad del bosque y comprometen la libertad de los habitantes de Gracias a Dios, que quieren, como es natural, preservar sus costumbres y formas de verse a sí mismos, al mundo y su ambiente natural.
Ahora, en la infausta oportunidad en que dos embarcaciones, sobrecargadas de buzos dedicados en forma suicida a la pesca de la langosta y explotados por patronos que nunca han atendido las obligaciones de brindarles protección, muchos se han rasgado las vestiduras.
Olvidando que el abandono de Gracias a Dios no es de ahora y que lo que se invierte para proteger a sus habitantes no guarda relación con el compromiso que tenemos con compatriotas, ya que no reciben el tratamiento de tales. La aplicación de la ley allá es muy precaria. El cumplimiento de las normativas de protección de embarcaciones, navegantes y pasajeros se ha dejado más en manos de la providencia que en el de autoridades, poco comprometidas con el hecho de que lo más importante que tiene Honduras son sus habitantes.
La Mosquitia se ha visto con indiferencia. Incluso ahora, en que la tragedia se ha abatido sobre más de 27 familias, no hemos visto simpatía y compasión en las autoridades, en la sociedad civil y tampoco en la clase empresarial. En lo personal –por mi formación católica– no ha dejado de impresionarme que ningún ministro, ni el Presidente de la República, han viajado allá para estrecharse en el dolor de quienes han visto morir a sus familiares, en unas condiciones en que la fatalidad se ha abatido sobre ellos.
En su homenaje, el ministro Madero debe impedir que continúe la explotación de los buzos por empresarios langosteros, quienes al obligarlos a trabajar sin protección en las profundidades del mar arriesgan la salud y la vida de nuestros compatriotas. Algo y pronto se debe hacer por los sobrevivientes, que siguen ganándose la vida en el fondo del mar sin la humana protección que se merecen, olvidando todos que son nuestros hermanos.