Lo que no se esperaba era la condena e inmediato ingreso en prisión del cardenal Pell, precisamente por abusos. Aunque el Papa ha guardado silencio, su secretario de Estado, cardenal Parolín, ha expresado su sorpresa y dolor diciendo que estaba conmocionado (en “shock”, fueron sus palabras). La reacción de la Iglesia ha sido no renovar el mandato de Pell al frente de la Secretaría de Economía, que había expirado el 24 de febrero, y prohibirle celebrar misas en público y el trato con menores, cosas ambas que es evidente que no podrá hacer estando en la cárcel.
Inmediatamente se han desatado las críticas contra el Papa. Críticas que, una vez más, proceden de los ámbitos, incluidos medios de comunicación, que, hasta ahora, se han mostrado más entusiastas con el Pontífice. De hecho, las críticas en esos sectores,llega ya a unas cotas de falta de respeto que superan las que tuvo que soportar su predecesor, el papa Benedicto XVI. Y esto, ya de por sí, es una señal de que algo está cambiando.
Pero, ¿por qué el Papa no le ha aplicado a Pell las mismas sanciones que a McCarrick? Conviene recordar lo sucedido con el anterior arzobispo de Adelaida, también australiano como Pell, monseñor Philip Wilson. Fue condenado por abusos a menores, su abogado apeló la sentencia y resultó absuelto. ¿Y si eso sucediera con Pell, sobre cuyo proceso judicial hay muchas sospechas de parcialidad? ¿Cómo quedaría el Papa y cómo quedaría la Iglesia si dentro de unos meses resultara absuelto?