La lectura es un barómetro para medir la calidad de vida de las personas y los pueblos. Flaubert, novelista francés, daba este consejo: “Leer para vivir”. Leer es un arte que necesita aprendizaje, no se nace lector. Cuando se descubre el placer de leer se suele ejercer una sana pedagogía hacia otros, invitándoles a seguir esa huella fascinante. Esta es también nuestra pretensión.
El libro es un maestro generoso que no regatea su saber ni se cansa de repetir lo que sabe. Para las personas que ya han recibido una instrucción, el acto de la lectura debe ser tan normal como caminar o respirar. No hemos de renunciar al mundo del saber. Hay que reconocer que el hábito de la lectura se ha perdido extremadamente por la cantidad de información en manos de los jóvenes, pero la mente inquieta debe reconocer la bendición de la buena lectura.
Acabo con una reflexión de Gregorio Marañón: El libro bueno es el amigo ejemplar que da todo y nada pide. El maestro generoso que no regatea su saber y no se cansa de repetir lo que sabe. El fiel transmisor de la prudencia y de la sabiduría antigua. El consuelo de las horas tristes... El sedante de nuestro dolor. El consejero de las grandes decisiones. Y después de todos estos beneficios, el libro tiene la humildad de volver en silencio a la estantería, no nos pide cuentas de lo que ha dado y no nos guarda rencor si no somos agradecidos. ¡Adelante, pues, con la buena literatura!