En el piso del popular barrio barcelonés de la Trinitat Nova, los sueños de emigrante se han llenado de sombras. El terremoto económico español ha embestido duramente contra cuatro de sus inquilinos. Esta crisis tiene rostro y nombres propios: Jodly Tinoco, Gloria Romero, Eduardo Jiménez y Brenda Martínez.
Son cuatro historias similares a las de miles de hondureños, al menos el 60% de los entre 30,000 y 40,000 que viven en España, que están sin trabajo o sobreviven con empleos mínimos. La colonia entera se hace la misma pregunta: ¿Cómo se ha llegado a esta situación en un país ejemplo de prosperidad económica durante dos décadas?
España sufre el invierno económico más frío desde que retornó la democracia hace 35 años. Son 18 meses de recesión económica y nadie sabe hasta cuándo se van a prolongar. Los años de bonanza, que lo convirtieron en uno de los países más mestizos de Europa gracias a la llegada de millones de emigrantes, son ahora una añoranza.
Cuatro millones de personas han perdido su empleo tras un año y medio de PIB negativo. La deuda del Estado y las deudas privadas de los españoles han disparado el déficit de un país que ha perdido la credibilidad de los mercados.
El gobierno de Zapatero se tambalea en medio de la hemorragia económica. En unas horas de vértigo, el presidente del Gobierno español recibió las presiones de Obama, del Presidente chino y de los colegas de la UE para que tomara fuertes medidas de ajuste y reformara el mercado laboral, con el objetivo de proteger al euro. El fantasma de Grecia gravitó durante días sobre España, paradigma de crecimiento económico durante veinte años, hoy en peligro como nunca antes.
Estamos en Barcelona, en el piso de la crisis. Jodly Tinoco llegó a España hace tres años. Durante una temporada le fue bien, como a tantos compatriotas. “Trabajaba en una frutería, ganaba casi mil euros al mes”. Pero la crisis empezó a asomarse “y pasé a cobrar entre 600 y 650 euros”.
Qué tiempos aquellos. Tinoco ahora lleva seis meses en paro, ganando algo en pequeñas chapuzas, como se denomina en España a los trabajos que surgen de forma esporádica y, ahora, casi milagrosa. “En los últimos meses he recibido entre 100 y 150€ en trabajitos de jardinería y también con la paleta (albañilería).
El otro día, un señor sinvergüenza no me pagó. Araño lo que puedo para mi niño. Estoy sintiendo muy fuerte el impacto de la crisis”.
Tinoco capea sus penas gracias al balón (juega en uno de los equipos hondureños de Barcelona, donde hace poco nació el Atlético Olimpia) y, sobre todo, a su familia. Gloria Romero, de 25 años, es su mujer.
En estos días anda nerviosa: parece que por fin volverá a trabajar después de semanas sin hacerlo. En esta España de las desventuras, las mujeres sobreviven mejor que los hombres.
En sus trabajos habituales (limpieza en hogares, cuidado de ancianos o de niños) no sufren tanto como los hombres, que han sido arrastrados por la explosión del crash de la construcción, sector que durante décadas empujó al crecimiento español. “Tuvimos aquí a nuestro niño, que tiene 18 meses”.
Brenda Martínez, 37 años, también de Santa Bárbara, lo dice claro y alto: “Aquí la cosa está muy fea. Yo estoy buscando faena. Hace cuatro meses no me ingresa casi nada”.
En el piso de la crisis, Eduardo Jiménez, capitalino de 46 años, respira algo más desahogado, aunque sus ingresos se han reducido de 900€ mensuales hasta los 600. “Cuando hay trabajo en paletería y pintura, me llaman y yo voy. Al terminar, dos o tres días después, comienza de nuevo la petición de faena”.
“La gente aguanta porque sabe que en Honduras la cosa está similar”, analiza Aldo Salgado, locutor hondureño de la radio Actualidad Latina, de Barcelona. “Pero hemos visto algo que jamás habíamos imaginado: compatriotas que están en la calle. Se ha hecho lo que se puede para reubicarles, pero la situación es insostenible”.
Las señales de alarma recorren la comunidad catracha en toda la península ibérica. Al emigrante no le gusta que se desnuden sus cuitas; ha venido a España a triunfar. Pero la realidad es ahora muy distinta.
“Las asociaciones no podemos ayudar demasiado”, confiesa Jorge Irías, máximo responsable del colectivo hondureño en Barcelona. “Estamos tirando con las ayudas de Cáritas, de Cruz Roja... Hay comedores con comida gratuita en varios barrios. Cualquier ayuda es buena”.
La radiografía laboral ha cambiado drásticamente en pocos meses. Los hombres hondureños de Madrid y Barcelona, dedicados en su mayoría a la construcción, han visto cómo sus trabajos desaparecían arrastrados por la gran caída del ladrillo.
Ahora cualquier trabajo es bueno: desde el buzoneo de la publicidad, vivienda a vivienda, hasta el transporte y la venta de mercancías en los mercadillos de las ciudades, contratados por un puñado de euros por los vendedores gitanos, que históricamente han copado ese mercado.
Las mujeres están soportando mejor el embate de la demoledora crisis gracias a su labor como asistentas para limpieza o cuidando ancianos y niños. La precariedad es su mayor amenaza. Belén Cálix, de 24 años, originaria de Comayagua, vive en un barrio popular de Madrid -Vallecas- y trabaja en una zona de clase alta. Pese a las rebajas, no se queja y se siente una privilegiada: “Trabajo casi doce horas y gano 750€”.
Cada mes, envía entre 250 y 300€ a Honduras, “la mitad para la familia, la mitad para que sigan construyendo mi casita”, calcula, mientras bebe un refresco en un bar de hondureños que frecuenta con sus amigas.
La crisis ha causado una marcha atrás en el tiempo. Hace años, las mujeres llegaron a Europa en avanzada. Tras ellas vinieron sus hombres y sus familias. Ahora ellas son otra vez las encargadas de sacar adelante a los núcleos familiares.
Estas mismas redes familiares y sociales han evitado que, de momento, los hondureños vivan en los pisos pateras, inmuebles donde los emigrantes moran hacinados, incluso compartiendo la misma cama por turnos.
Julio Uclés tocaba el violín en la Orquesta Sinfónica de Honduras. “Ahora trabajo con distintos grupos de mariachi. Así me gano la vida cuando sale alguna actuación”, explica este músico nacido en Tela hace 39 años. A Uclés la vida lo arrojó a Madrid hace tres años.
A su niño le diagnosticaron una grave dolencia hepática y sólo un trasplante podría salvarlo. Endeudado hasta las cejas, 5,000€, vino a España en busca de una esperanza que fue muy cruel: el niño murió tras la operación.
“Le dije a mi mujer ‘vamos a bregar por el futuro de nuestra otra niña’. Y nos quedamos. Y hoy seguimos pagando las deudas. Antes de la crisis había mucho mejor pago. Ahora hay más mariachis, más competencia y menos pago”.
Pese al vendaval, todavía los hay optimistas. Como Eduardo Jiménez: “He trabajado muy duro, sin descansar durante años. Y he tenido que pasar por todo esto para saber valorar las cosas. Antes me parecía que la vida era infinita, y gastaba y gastaba... Todo esto me está sirviendo para conocer mejor la vida”.