Los agricultores estadounidenses están fumigando sus campos con una mayor variedad de herbicidas que les está ayudando a ganar una batalla en la guerra contra las súper malezas. Pero la ofensiva les está saliendo cara y generando inquietudes entre los ecologistas.
Los agricultores han combatido por una década las plagas resistentes al glifosato, el principal exterminador de maleza de Estados Unidos, comercializado por Monsanto Co. bajo la marca Roundup. Ahora se están anotando victorias con cantidades mayores de otros herbicidas, incluso más antiguos.
Cerca de 17 millones de hectáreas cultivadas con soya en 2012 fueron tratadas con herbicidas diferentes al glifosato, el doble del total de 2006 y equivalente a 57% de toda el área plantada de soya, según el Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA)
Los productores están recurriendo a algunos herbicidas considerados más duros que el glifosato. En 2012, usaron más de 2.700 toneladas de 2,4-D (ácido 2,4-diclorofenoxiacético), casi cuatro veces el volumen de 2005, según datos del USDA. El uso del dicamba se más que duplicó a casi 39 toneladas en el mismo periodo.
La tendencia ha sido una bendición para las compañías que venden herbicidas, incluidas Dow Chemical Co., BASF SE, Bayer AG, DuPont Co., Syngenta AG y Monsanto, que ofrece otros productos además del Roundup. Ahora estas empresas trabajan en el desarrollo o buscan aprobación de los reguladores para nuevas formulaciones de químicos viejos que están diseñados para no dañar el medioambiente y correspondientes a semillas resistentes a herbicidas.
Gracias a este arsenal expandido, algunos agricultores dicen que están logrando avances en su guerra contra las súper malezas. En el sur de EE.UU., donde una temporada de cultivo más larga y un clima más cálido lo han convertido en el principal frente de batalla, se perdieron menos hectáreas de algodón y soya el año pasado a invasores como el lolium.
Pero el éxito tiene un alto precio. Los gastos en herbicidas de algunos cultivadores se han duplicado o triplicado desde la llegada de las malezas resistentes, mientras los precios del maíz han caído 38% de su máximo de 2012 y los de la soya han bajado 16%.
En 2012, los productores de soya gastaron en promedio alrededor de US$62 por hectárea en químicos para proteger las cosechas, 51% más que en 2006 tras ajustar los precios a la inflación, según el USDA. Los químicos representaron alrededor de 12% de los costos operativos de los productores de soya en 2012. Los agricultores estadounidenses gastaron un récord de US$13.700 millones ese año en químicos agrícolas, casi dos tercios más que en 2002.
“Es una batalla costosa”, dice Bo Stone, quien cultiva campos de maíz, trigo y soya en Carolina del Norte. Stone estima que ha elevado entre US$37 y US$49 su gasto en herbicidas por hectárea en cinco años. Según datos del gobierno, los ingresos promedio en su región son de US$810 por hectárea.
Monsanto, con sede en St. Louis, revolucionó el negocio de pesticidas cuando comenzó a vender semillas transgénicas a mediados de los años 90. Algunas semillas alteradas genéticamente para soportar el glifosato, que mata malezas al detener su producción interna de proteína.
Los agricultores adoptaron el Roundup de Monsanto porque podía destruir muchas plagas sin interferir con las cosechas. Entre los productores de soya de EE.UU., el uso del glifosato entre los herbicidas creció de 15% en 1996 a 89% en 2006. En ese momento, cerca de dos tercios de los cultivos de soya del país dependían únicamente del glifosato para controlar las plagas. En 2012, la participación del glifosato cayó a 83% para la soya, según la USDA, y sólo alrededor de 42% de los campos de soya de EE.UU. eran tratados únicamente con ese químico.
Monsanto vende US$4.500 millones al año en pesticidas, la mayoría Roundup, según analistas, y miles de millones de dólares en semillas de maíz y soya genéticamente modificadas para resistirlos.
Por décadas, los científicos han observado malezas resistentes a los herbicidas, pero la aplicación de Roundup a los mismos campos cada año aceleró la inmunidad en algunas plagas, dicen los investigadores.
Un uso más amplio de herbicidas está generando temores sobre sus efectos. Dos de las principales alternativas al Roundup, desarrolladas hace décadas, son dicamba y 2,4-D, que rompe las células de las plantas que transportan el agua y los nutrientes.