24/04/2024
06:33 AM

Presentarán causa de beatificación de sor María Rosa

Su obra de caridad y amor transformó la vida de miles de niños y jóvenes hondureños. Sentía que había sido tocada por una fuerza divina que la impulsaba a hacer solo el bien.

Tegucigalpa, Honduras

Sor María Rosa Leggol ya está en los brazos de El Señor, ese Ser superior que estando ella en vida permaneció sentadito en su corazón, tal como lo dijo la monja antes de caer mortalmente fulminada por las secuelas del virus del covid-19.

“No perdamos nuestra fe, jamás está de más una oración hecha con amor y con esperanza, así que sigamos rezando todos por la recuperación de los enfermos, por nuestro país, por el mundo entero que enfrenta momentos tan difíciles por esta pandemia”, expresó antes de recibir la extrema unción de parte del cardenal Óscar Andrés Rodríguez.

La obra que realizó en beneficio de los niños desprotegidos y de toda la gente desamparada la repetiría si volviera a nacer, confesó también poco antes de entregar su alma al Eterno, a sus 93 años. La religiosa, virtuosa como la Madre María Teresa de Calcuta, nació el 21 de noviembre de 1926 en un pueblito que se llama El Paraíso, entre Puerto Cortés y Omoa, en el seno del hogar formado por Josef Leggol, de origen francés-canadiense, e Irene Rosales de Leggol.

Foto: La Prensa

De forma presencial y por redes sociales, miles de personas recordaron el legado de amor y servicio de sor María Rosa Leggol
“Mi padre era capitán de barco y así llegó a Puerto Cortés adonde conoció y se casó con mi madre. Cuando él se fue yo iba a cumplir nueve meses de nacida. Quedé huérfana a los cinco o seis años”, contaba sor María Rosa en una entrevista a Diario LA PRENSA en marzo de 2016. A su madre la recordaba como una mujer sencilla y humilde que le enseñó a rezar el rosario. Cada vez que llovía, Irene la despertaba a rezar, a la hora que fuera, por los navegantes, por los caminantes y cuantas personas estuvieran a merced de la inclemente tempestad.

Al quedar huérfana a los seis años inició su vocación para ayudar a los niños que, como ella, necesitaban un amparo. Del amparo de Dios pensaba siempre.

Por ese tiempo llegó a Puerto Cortés en una embarcación una misión de hermanas franciscanas. En su inocencia, la niña comenzó a preguntar quiénes eran y por qué vestían distinto a las demás mujeres. “Son personas que quieren entregar sus vidas para ayudar a los pobres, a los huérfanos como tú y a los enfermos”, le contestó un sacerdote. Sin pensarlo dos veces, la pequeña manifestó: yo me voy para ser como ellas, según confesó. Entonces, sin pedirle consentimiento a nadie hizo la primera comunión ataviada con el vestido de bodas de su fallecida madre. Luego salió de la casa de los padrinos que la cuidaban en busca de las monjas franciscanas con las que permaneció hasta los 14 años.

“Yo no me acuerdo de mi adolescencia, yo no sé si eso pasó por mi mente, mi única adolescencia fue saber dónde estaban las monjas”, dijo en una de sus últimas entrevistas al referirse a ese pasaje de su vida.

A los 22 años, después de trabajar en una policlínica, se le presentó la oportunidad de viajar a un convento de Milwaukee, Estados Unidos, adonde fue ordenada como monja.

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54 años de servicio tienen la Fundación Amigos de Guarderías Infantiles y Aldeas SOS, adonde han beneficiado a más de 87,000 niños y niñas a lo largo de la historia.

Amiga de los niños

Su obra social comenzó en la colonia Miraflores, de Tegucigalpa, rescatando a los niños que vivían en las celdas de la Penitenciaría Central con sus padres presos, para albergarlos en casas especiales. Muchos de estos niños se hicieron profesionales bajo su tutela y cuando sus padres salieron de prisión los apoyaron económicamente.

También “limpió” los puentes de niños que pedían, para darles cobijo y pan, lo mismo que dio protección a los tiernos que las madres dejaban abandonados en el hospital San Felipe, después de dar a luz.

Sor María Rosa es recordada, principalmente, por el proyecto de Casitas Kennedy y la aldea SOS en el municipio de Choloma, los Hogares de El Zamorano y tantos otros proyectos para madres solteras y pequeños huérfanos en todo el país.

También por su entrega a la Fundación Amigos de los Niños, que fue su tesoro, y a las Aldeas Infantiles SOS Honduras que en la actualidad alcanza a menores de Tegucigalpa, Choluteca, Tela y Santa Rosa de Copán.

Aún enferma de sus piernas y a una edad avanzada decía que podía hacerse cargo de todos los niños desamparados de Honduras porque todavía no le fallaban sus fuerzas ni su fe y su esperanza en Dios. Cumplió su promesa de seguir haciendo su obra de amor hasta que Dios así lo decidiera.

“Yo no puedo renunciar, tengo que seguir aquí, y cuando Él no quiera que continúe me va a llevar a su lado”, decía con fervor.

Las palabras que expresó en su lecho de muerte quedan como testimonio de su inquebrantable voluntad, su agradecimiento y su deseo por el bienestar de todos: “Gracias por su cariño y apoyo, no se cansen de cuidarse y cuidar a los demás, pues esto también pasará, pero solo juntos podemos lograrlo, Dios y la Virgen protejan sus hogares, su trabajo y sus vidas”.

En vida recibió un sinfín de reconocimientos de todos los sectores; pero la mayor satisfacción de su vida fue ver a sus niños convertirse en adultos trabajadores, profesionales y sobre todo, devotos de Dios. Ahora la obra de sus hijos viene a perdurar su legado de amor en la tierra.

Foto: La Prensa

Sor María Rosa solicitó, en una de sus intervenciones a los diputados del CN, a que aprueben proyectos a favor de la población hondureña y de los menores vulnerables, priorizando el bien común.

Presentarán causa de beatificación

En los días antes de su último suspiro, miles de personas de todas partes recordaron el amor que sor María Rosa Leggol tuvo con ellos en el momento más vulnerable de sus vidas: la infancia.

La hermana franciscana dejó la vida terrenal a los 93 años a las 9:24 am de ayer tras sufrir complicaciones a causa del covid-19 del que se recuperó en agosto pasado, pero que empeoró otros padecimientos médicos que la aquejaban.

Ante la noticia de su fallecimiento, hijos adoptivos, amistades y personas cercanas se hicieron presentes en su casa en la colonia Miraflores, de la capital, adonde lloraron y recordaron su vida dedicada al servicio.

En la capilla de su vivienda, los presentes rezaron el rosario pidiendo por su eterno descanso.
Su vocación de religiosa alcanzó a cientos de miles de personas que sufren su partida. “Hoy soy quien soy gracias a sor María Rosa”, son las palabras que salen de forma espontánea de las más de 80,000 personas que atendió y cuidó cuando eran niños y adolescentes.

“Cuando mis padres se divorciaron en el 85, todo parecía cuesta arriba. Sor María Rosa nos dio techo por un año mientras cursaba el primer grado. En ese lugar tomé quizá la decisión más grande de mi vida: ser doctor. Agradecido toda la vida, un abrazo grande hasta el cielo”, dijo Merlín Antúnez en una publicación en Twitter.

Cientos de personas participaron para darle el último adiós. Sus restos mortales descansan en Jardines de Paz Suyapa. Ayer, el cardenal Óscar Andrés Rodríguez dijo que se presentará una causa de beatificación, para lo cual se recopilarán testimonios.

Foto: La Prensa

Sor María Rosa comenzó a rezar el rosario desde los cuatro años y allí nació su devoción por Dios y la Virgen María.