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Las historias de hondureños deportados de EEUU por la 'tolerancia cero' de Trump

  • 05 julio 2018 /

Los deportados llegan con una mochila o una bolsa con escasas pertenencias.

San Pedro Sula, Honduras.

Jesús Maldonado fue deportado a Honduras por una reyerta callejera en Nueva York y Santos Alberto Gómez por conducir sin licencia entre Texas y Luisiana. La política de 'tolerancia cero' del presidente estadounidense Donald Trump no perdona la mínima falta a los migrantes indocumentados.

'Allá en Nueva York es muy delicado... por cualquier cosita están volando (deportando) a medio mundo', se queja Maldonado, de 52 años, poco antes de subirse a un vehículo en las afueras del aeropuerto Ramón Villeda Morales, de San Pedro Sula.

Decenas de personas se aglomeran regularmente en la entrada de la oficina del Comité del Migrante Retornado, en el aeropuerto de la segunda ciudad de Honduras, a esperar a sus familiares que llegan en los vuelos de deportados.

Al menos cuatro aviones semanales están llegando a San Pedro Sula, 180 km al norte de Tegucigalpa, con unas 400 personas en total.

Los deportados llegan con una mochila o una bolsa con escasas pertenencias, después de pasar meses en centros de detención en diferentes regiones de Estados Unidos.

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Del 1 de enero al 30 de junio fueron deportados 13.874 hondureños de Estados Unidos, incluyendo 82 menores no acompañados por adultos. De México llegaron 22.644 deportados, de ellos 4.583 eran menores no acompañados por adultos, según el estatal Observatorio Consular y Migratorio de Honduras (Conmigho).

En todo 2017 llegaron 20.841 de Estados Unidos (198 niños no acompañados) y 26.991 de México (4.474 niños no acompañados).

Por la política de 'tolerancia cero' a la inmigración ilegal, las autoridades migratorias separaron en las últimas semanas a más de 2.000 menores de sus padres en diferentes centros de detención de Estados Unidos, para que los mayores fueran penalmente procesados.

La presión local e internacional llevó a Trump a firmar una orden ejecutiva que modifica la medida de separación, pero la reunificación de padres y madres con hijos menores será un proceso lento porque en algunos casos los familiares fueron ubicados en distintos estados, según las autoridades hondureñas.

Pero la creciente inflexibilidad de las autoridades migratorias estadounidense toca a todos los sin papeles por igual.

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Robusto, de escasa cabellera cana y mediana estatura, Maldonado tuvo que cerrar -tras su deportación- una empresa de construcción en la cual empleaba hasta 12 obreros.

'Me fui de 18 años, estuve 34 años (en Estados Unidos) y ahora me despachan. Mis siete hijos están allá', se queja.

'Yo no he cometido delitos de muerte y ellos cometieron delitos de muerte', dice refiriendo casos de iraníes e iraquíes que, según él, fueron liberados por las autoridades migratorias estadounidenses.

- Reunificación forzada -

Las deportaciones también están contribuyendo, aún sin querer, a algunos reencuentros y reunificaciones familiares.

Es el caso de Santos Alberto Gómez, de 31 años, que tenía en Estados Unidos un trabajo de albañil en una construcción en Carolina del Norte, donde le pagaban siete dólares la hora. Eso es lo que puede ganar en un día de trabajo en Honduras, si es que consigue laborar.

Sin embargo, esta última deportación permite a Gómez reencontrarse con sus tres hijos en el municipio de Quimistán, en el noroeste de Honduras.

'Siempre me ha gustado Estados Unidos, aunque ya tengo cuatro deportaciones. La primera vez me fui de la edad de 13 años', relata Gómez, quien tenía cinco años de haberse ido la última vez y asegura que intentará emigrar de nuevo.

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Las autoridades migratorias lo agarraron hace cuatro meses manejando en Luisiana procedente de Dallas, Texas.

'No sirve ese presidente (Trump), está haciendo sufrir a la gente a nivel mundial. Un presidente no hace eso, un presidente es para ayudar al pueblo', reclama.

Dice que le gusta Estados Unidos porque 'allá es otra tecnología, otra vida; aquí el país está bonito, lo que pasa es que la economía aquí no sirve, allá tiene todo lo que uno quiere'.

María Gloria Martínez, de 83 años, espera a su hijo Marvin Geovanni Castro, de 44, que llega en uno de los vuelos con deportados a San Pedro Sula.

Geovanni 'dejó allá a su señora y una niña de año y medio', lamenta María Gloria.

'Estaba trabajando bien, mandaba sus centavitos (a Honduras). Lo agarró la migración y lo tuvieron en una cárcel desde hace meses', añade la mujer. 'Lo importante es que viene sano y salvo', se consuela.