22/04/2024
06:54 PM

Cuentos y Leyendas de Honduras: El incendio

Doña Manuela se despertó muy temprano. Había que despachar a su esposo e hijos a su trabajo. Las hijas se unieron al oficio atizando el fogón, prepararon la masa para las tortillas y molieron los frijoles parados con un vaso sobre el comal para hacerlos fritos.

    quella noble familia vivía en Campo Rojo, Olanchito. Todos trabajaban con entusiasmo y por la tarde se reunían en el corredor de la casa cuando una suave brisa soplaba y refrescaba el ambiente.

    -Hoy nos fue bien -dijo el hombre de la casa-. Dejamos terminado el trabajo con mis hijos y mañana vamos a reforzar el cerco en una parte donde los postes están flojos. Este año sí vamos a tener elotes para hacer tamales, tamalitos con frijoles, tortillas frescas y todo lo que ustedes saben hacer con el maíz.

    Las mujeres se rieron y les dieron un aplauso a los hombres.

    Cuando los hombres templaban el alambre de púas y reforzaban los postes pasó por el camino una hermosa mujer llamada Digna. Sabía que todos los hombres la admiraban y al pasar agitó su mano derecha diciéndoles adiós. No le bastó el gesto, sino que se quedó parada.

    -Los felicito. Ustedes sí son de trabajo. Bajen que les voy a regalar de unas empanadas que hice.

    Los hombres bajaron presurosos.

    -A ver -dijo la mujer-. ¿Cuántos son ustedes? Son cinco. Muy bien, aquí tienen.

    -Le agradecemos mucho, doña Digna -dijo el viejo-. No se hubiera molestado.

    Con la coquetería que la caracterizaba y mostrando un atrevido escote se aproximó al cerco y casi en un susurro le dijo:

    -A ver, ¿cuándo nos vemos a solas, don Ernesto?

    Cuando bajaban de la montaña, uno de los hijos le preguntó:

    -¿Qué le dijo esa mujer en secreto, papá?

    El viejo tenía las respuestas en la punta de la lengua y manifestó:

    -Me dijo que todos mis hijos eran guapos.

    -Mmmmm -dijo Carlos, el menor-. Esa doña casi lo anda enseñando todo. Por lo menos hace ricas las empanadas. Ja, ja, ja.

    Todos se rieron y el mayor de los muchachos, Efraín, dijo:

    -Con una mujer de esas cualquiera se compromete. Además, cualquiera que se meta a vivir con ella va a tener que dormir como los conejos. Ja, ja.

    Nadie sabe lo que le depara el destino. Don Ernesto arriaba unas vacas cuando en el camino encontró a Digna y ella se hizo a un lado.

    -Bájese del caballo, Ernesto. Platiquemos un momentito.

    El hombre se bajó del caballo y al acercarse a Digna sintió su agradable perfume, vio sus hermosos ojos y su boca tentadora. Sin decirle una sola palabra la tomó entre sus brazos y la besó.

    -Aquí no -dijo ella-. Te espero en la casa en una hora.

    Don Ernesto dejó amarrado su caballo y, cruzando cercos para no ser visto por nadie, llegó a la casa de la exuberante mujer.

    A los siete días de mantener aquellas relaciones, don Ernesto reflexionó y habló con Digna:

    -Vos sabes que tengo una familia bonita y no me gustaría tener problemas. Esta será la última vez que nos vamos a ver.

    La mujer sintió el impacto de aquellas palabras, trató de disimular y le dijo:

    -Esté bien, Ernesto. Ojalá no te vayas a arrepentir de lo que hoy estás haciendo conmigo.

    El hombre se despidió como acostumbraba hacerlo: le dio el último beso en la boca.

    -Ojalá te vaya bien en la vida con otro hombre.

    Esa misma noche, Digna encendió siete velas negras y dos rojas, sacó un muñeco de cera, le envolvió cintas de varios colores y clavó varios alfileres en él. Al siguiente día comenzó a pasar por la casa de la familia de Ernesto, los muchachos le decían adiós y doña Manuela comentó:

    -A esa mujer le ha agarrado una pasadera por aquí. ¿Tienen algo que ver ustedes con ella? No me la hace buena. Además, los del pueblo dicen que es bruja y por eso vive sola.

    Una noche, Ernesto se quejaba de un gran dolor en el pecho y se levantó a buscar una pastilla. Al día siguiente sucedió lo mismo hasta que llegó un momento en que ya no se pudo levantar.

    El hombre llevaba un gran cargo de conciencia y le contó la verdad a su mujer.

    -Ay, Ernesto -dijo la doña-, mejor te hubieras fijado en cualquier mujer, menos en esa, pero juro que si algún día nos hace daño, la vamos a buscar para matarla.

    Las cosechas de la familia, a pesar del buen invierno, se secaron. Todos estaban enfermos. Una noche, doña Manuela reunió a sus hijos y les contó lo sucedido.

    -Es esa mujer, hijos míos. Nos está haciendo brujería, pero ya le dije a Ernesto que si continúa empeñada en destrozarnos, primero la vamos a destrozar a ella.

    Mientras todos dormían, la silueta de una mujer fue vista rondando la casa. Llevaba un galón lleno de gasolina que regó hasta agotar el contenido y luego encendió un fósforo.

    El incendio comenzó de inmediato y no se salvó ningún miembro de la familia. Todos se carbonizaron. Cuentan que Digna, al siguiente día, se fue a Tegucigalpa.

    Un año más tarde, Digna había prosperado en Tegucigalpa. Era dueña de una pulpería y vivía sola.

    Una tarde llegaron tres mujeres a comprar; luego cinco hombres y cerraron la puerta.

    -Hola, Digna -dijo doña Manuela-, venimos a cumplir una promesa. Vas a pagar muy caro lo que hiciste.

    Los gritos de la mujer no fueron escuchados. Fue torturada y finalmente la quemaron viva. Las autoridades encontraron una masa sanguinolenta quemada sobre una cama.

    Lo más extraño de todo esto es que varias personas que conocieron a la familia de don Ernesto los han visto a todos en la capital en el mercado, en la calle y en otros lugares.

    Algunos aseguran haber platicado con doña Mañuela. Es probable que esas almas andan penando y se dejan ver de la gente de Campo Rojo, Olanchito.