19/04/2024
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Cuentos y leyendas: El Flaco

Así le decían a Genaro Martínez, vecino de una aldea de Olancho.

    Una noche, cuando él se encontraba en la cantina del pueblo tomándose unos tragos, llegaron cuatro hombres mal encarados, pidieron una botella de guaro y se sentaron alrededor de una mesa al lado de donde se encontraba el Flaco.
    -él es -dijo uno de los hombres-. Disimulen, tomémonos los tragos y nos vamos.

    Así lo hicieron. Abandonaron la cantina. El Flaco salió por la puerta de atrás del establecimiento, montó su caballo y abandonó el pueblo por caminos que solo el conocía.

    -Ya se nos hizo de noche y ese maldito no aparece -dijo uno de los cuatro hombres-, será mejor que aplacemos el plan y busquemos otra manera de despacharlo de este mundo. Ya habrá una oportunidad.

    -Algo sospecho -dijo otro y cambió la ruta de su regreso-, pero de que lo matamos, lo matamos.

    Genaro Martínez era un hombre muy listo. Sus perseguidores nunca podían encontrarlo.

    -Ese hombre es el mero diablo. Mejor dejemos las cosas como están y digámosle a don Damián que nos pague lo que nos debe y nos largamos de esta zona.

    Damián era un personaje acaudalado que mantenía una vieja enemistad con Genaro; él le mató a una mujer y Genaro le mató a un hijo. Cuando los hombres llegaron después de una larga ausencia, le explicaron que cuando más cerca tenían al Flaco, siempre se esfumaba.

    -No se preocupen -dijo Damián-, ya sé cómo lo voy a destruir. Aquí está su paga y que no se hable más de este asunto.

    Genaro tenía una extraña costumbre que espantaba a sus peones: compraba carne molida y se la echaba a unas hormigas negras que tenían su nido frente a la casa.

    -Estas hormigas -decía- son mis guardianes; nadie puede con ellas.

    Los empleados se estremecían cuando las hormigas se subían en los brazos del Flaco y no lo picaban.

    Comentaban a veces que su patrón sabía algo de ciencias ocultas y que aquellas hormigas eran parte de los hechizos que practicaba.

    Por lo demás no había problema: les pagaba bien. Los ayudaba cuando tenían problemas; en otras palabras, era un excelente patrón.

    Una tarde, el Flaco pasó por la cantina del pueblo, se bajó del caballo, miró a ambos lados, se arregló el sombrero y entró de inmediato. El cantinero le sirvió el trago antes de que se lo pidiera. En una de las mesas del fondo estaba una bella mujer desconocida para Genaro y le preguntó al cantinero:

    -¿Quién es esa mujer, Chema?

    él se encogió de hombros y respondió:

    -Hace dos semanas que está en el pueblo, se dedica a la venta de ropa y cosas de mujeres; se llama Ana y aquí viene de vez en cuando a tomarse unas cervezas.

    El Flaco se levantó de su asiento y se acercó a la mujer.

    -¿Me permite que la invite, señorita?

    Ella lo miró y no contestó; él se sentó y le dijo:

    -No me tenga miedo. Puedo ser un buen amigo.

    Ella aceptó la cerveza.

    Fue la primera vez que Ana y Genaro se conocieron. Con el correr de los días, él llegaba a la casa donde ella se hospedaba.

    -Hum -decía Genaro para él mismo-. Esta mujer es la más desconfiada que he conocido. Así me gusta.

    Una semana más tarde, Genaro se atrevió a hablarle de amor. Fue confiándole su vida, le contó de los hombres que lo habían retado, de las muertes en defensa propia y de lo que poseía: cafetales, haciendas, dinero. Ella no parecía interesada en lo que el hombre le decía. Era jueves por la tarde. Genaro llegó a buscar a la bella mujer y la encontró arreglando una valija.

    -Me voy -le dijo-, ya terminé la mercadería. Quizás regrese o quizás no. Así que me ha dado mucho gusto haberte conocido. Tal vez nos encontremos algún día.

    Genaro no podía creer lo que escuchaba. Se le quedó mirando y le dijo:

    -Antes de que te vayas me gustaría tener aunque sea unos minutos en mi casa. Sé la hora en que viene y se va el bus. Yo te llevaría.

    La mujer lo miró intensamente y con una sonrisa respondió:

    -Esté bien. Creo que hay tiempo. Además, el tiempo uno se lo hace. Sé lo que quieres de mí y lo tendrás. Al fin y al cabo solo será una vez y no nos volveremos a ver.

    Genaro la llevó a su casa y la colmó de regalos con la esperanza de detenerla. Los trabajadores no la vieron llegar.

    Horas más tarde, la mujer abandonó sola el lugar y extrañamente nadie la vio salir. Adentro se encontraba Genaro sobre la cama, desnudo y con un puñal clavado en el corazón.

    Eran las siete de la mañana cuando Ana se presentó en la casa del acaudalado Damián.

    -Cumplí sus instrucciones, papá. Jamás me reconoció. Pensó que yo era una de esas vendedoras que van de pueblo en pueblo. Logré interesarlo con mi indiferencia y al final lo dejé tendido sobre su cama con un puñal atravesándole el corazón. Nadie me vio llegar y nadie me miró salir.

    El viejo abrazó a su hija.

    -Bien hecho, Ana. Por fin, la muerte de tu hermano ha sido vengada.

    Nueve días después de haber asesinado a Genaro, la mujer preparaba la cena para comer con su padre. Lo llamó y juntos se sentaron en el comedor para disfrutar de la comida.

    El reloj marcaba las ocho de la noche cuando padre e hija se levantaron para sacudir sus ropas.

    -Dios mío -dijo Ana-. ¿De dónde habrán salido tantas hormigas negras? Qué extraño. Aquí jamás he visto de estas hormigas en mi casa. ¿De dónde habrán venido?

    Fue entonces que escucharon una voz tenebrosa y profunda.

    Era el fantasma de Génaro.

    Tenía los ojos hundidos, el cuello se le caía y unos gusanos asomaban por su boca.

    -¡Yo los traje para que cenen con ustedes!

    En ese instante, en cuestión de segundos, los cuerpos de Adrián y el de su hija se llenaron de hormigas negras.

    De nada les sirvió gritar. Las hormigas paralizaron sus lenguas

    Cuentan los que saben de esta macabra historia que las hormigas solo dejaron los huesos de sus víctimas, producto de la venganza que llegó desde el más allá.

    No se dieron cuenta de que el flaco era protegido de los demonios, que él consultaba y que le habían dado riquezas.