19/04/2024
11:56 AM

El parto

En el barrio Medina de San Pedro Sula vivió en los años 50 una señora muy solicitada para atender partos en casas privadas.

    Era muy bondadosa y se llamaba Zulema. Lo de partera lo había heredado de su familia; su tatarabuela, su abuela y su madre eran parteras y se habían ido de La Lima a San Pedro Sula en busca de mejores horizontes. Lo cierto es que doña Zulema, que jamás tuvo hijos, atendía los casos que se le presentaban casi a diario.

    Les aconsejaba a las futuras madres sobre los primeros cuidados que debían darse a los recién nacidos y a veces a las primerizas les regalaba pañales de algodón y dos ganchos. En el barrio vivía una muchacha muy hermosa; sus papás tenían un salón de billar frecuentado por jóvenes y adultos. Por las noches ayudaba a la mamá a freír pastelitos que les vendía a los clientes con una ensalada fresca. La joven llamada Lila era admirada por los hombres que llegaban a jugar billar.

    Cuentan que una vez llegó un hombre feo, dientón, pelo alborotado, que caminaba de lado, pues tenía una pierna más larga que la otra. Se llamaba Julio, malvado como el solo y de remate enamorado. Al conocer a Lila quedó enamorado de ella, le compraba pastelitos y aprovechaba la ocasión para hablarle. Cuando Julio abandonaba el billar, su mente se llenaba de sueños: “Tan linda esa jodida, pero qué me va hacer caso a mí. La he visto cómo es de coqueta con otros hombres. En cambio yo solo soy el que le compra pastelitos. Mmm, pero un día de estos me le voy a declarar”.

    Una noche aprovechó que Lila estaba sola vendiendo pastelitos, se le acercó y le dijo:

    —Mira, Lila, quiero decirte que estoy enamorado de vos. Quiero que seas mi novia y finalmente que seas mía, solo mía. ¿Qué decís?
    La joven se rio y le dijo:

    —No pierda su tiempo conmigo, Julio, ya tengo mi novio. Además, usted no me gusta para nada como novio, así que lo siento mucho. A propósito, ahí viene mi novio Miguel Ángel.

    Inmediatamente salió corriendo y abrazó y besó a un muchacho que era compañero de ella en el colegio.

    Julio abandonó cojeando el lugar y las lágrimas se asomaron a sus ojos. Parecía que le hubieran clavado un puñal en el corazón. Miró atrás, donde los novios se fundían en un abrazo.
    —Maldita seas, Lila, mil veces maldita.

    Maldiciendo y lanzando golpes al aire, el enfurecido y resentido Julio se fue a su casa y desde aquel momento su mente comenzó a pensar cosas siniestras en contra de la muchacha que lo había rechazado y a la que, para empeorar las cosas, había visto abrazándose y besándose con otro hombre

    .—Esto no se va a quedar así. Lo juro. Julio siguió visitando el billar como si nada hubiera sucedido. Iba adonde Lila a comprarle pastelitos, daba la vuelta y regresaba al billar. Una noche se acercó a Lila, se le quedó mirando y le dijo:

    —Está bueno que me hayas despreciado, Lila. De nada te va a servir, nunca vas a ser de ningún hombre. Vas a perder tu virginidad sin hombre. Ya vas a ver, ya vas a ver, ja, ja, ja.
    —Quítese de aquí, asqueroso —respondió ella—, ya le voy a decir a mi papá lo que me dijo. Mejor ni regrese, estúpido.

    Temeroso de que las cosas empeoraran, Julio abandonó el billar.

    —Hija, ¿qué te pasa? Te estás descuidando porque veo que estás echando panza.

    —No, mamá. Como lo mismo. No sé por qué se me está haciendo esta barriga.

    —Hum, ¿no será que ya te acostaste con ese tal Miguel Ángel?

    —Ni pensarlo, mamá. Hace tres semanas que terminamos.

    El papá y la mamá de Lila sabían que su hija estaba embarazada. Presentaba todos los síntomas: ganas de vomitar, mareos e incomodidad.

    —Mira, mujer, esta jodida es que no nos quiere decir de quién está preñada. Hoy mismo la vamos a llevar donde el doctor.

    Fueron a ver al ginecólogo, que la examinó detenidamente y sonriendo les dijo:

    —Todos están equivocados. Esta muchacha es virgen y no está embarazada.

    —Pero ¿qué es lo que tengo, doctor? —preguntó Lila—. No me siento bien.

    El médico le dio unas palmaditas en la espalda y respondió:

    —Nada muchacha, no tienes nada. Debe ser grasa que se te está acumulando en la barriga.

    Iban pasando los meses y la barriga de Lila seguía creciendo como la de un embarazo normal. A los nueve meses exactos le dijo a la mamá que la llevara adonde doña Zulema. Sentía que iba a parir. Llegaron a las 7:00 pm donde la partera, que al verla le dijo:

    —Ay, mamita, a vos es mal el que te han hecho.

    Fue entonces que contó la maldición que le había echado Julio el Renco.

    —Con razón me dijo que yo iba a perder mi virginidad sin hombre.

    La partera la colocó en la cama, le abrió las piernas y comenzó su labor.

    —Puja, mija, que ya viene; puja fuerte.

    Repentinamente, la madre de Lila y la partera retrocedieron espantadas: la muchacha había perdido su virginidad al parir a un ser monstruoso, mitad tortuga y mitad sapo.
    Fue algo horrible.

    Lila, al ver a aquel ser diabólico, murió de un ataque al corazón.

    Cuentan que aquel engendro se deslizó debajo de la puerta emitiendo unos sonidos.

    Todos lamentaron la muerte de Lila.

    Una noche en Puerto Cortés, adonde se había ido huyendo Julio, él escuchó que algo se arrastraba en su cuarto, encendió la luz y vio al horrible monstruo que le decía “papá, papá”. Acto seguido, el fantasma de la muchacha apareció y le dijo:

    —Aquí te dejo a tu hijo.

    Durante muchos años, la gente miraba a un hombre que caminaba por la playa y arrastraba una especie de perro negro lleno de gusanos.