19/04/2024
07:19 PM

Cuentos y leyendas: Las cadenas

Disfrúte de una presentación más de los Cuentos y Leyendas de Honduras.

    Corría el año 1945, recién había terminado la Segunda Guerra Mundial y comenzaron a llegar a Honduras algunas mochilas de color verde, así como cantimploras forradas de lona del mismo color, algunas tenían manchas de sangre, aun así la gente comenzó a comprarlas en una tienda de Tegucigalpa, ubicada a media cuadra de lo que fue el cine Palace.

    José Augusto, un campesino que andaba en la capital, vio los mencionados objetos en una vitrina. Al llegar al pueblo entregó los encargos de la familia y les mostró con orgullo su nueva fuente de agua. Muy temprano en la mañana estaba sembrando el maíz, se acercaba el 3 de mayo, Día de la santa cruz y ese día comenzaba el invierno.

    A las 5:00 pm, después de las arduas faenas del campo, el joven José Augusto fue a visitar a su novia Ernestina, le llevaba un ramo de frescas margaritas de las que crecían en la montaña. Gracias José, dijo la muchacha, ya sabía que me ibas a traer flores, pasa adelante que mamá está haciendo té de zacate de limón porque mi tía María nos trajo rosquillas de Olancho, son más ricas con té.

    En señal de respeto, José se quitó el sombrero y lo colocó sobre una silla, platicó con la que sería su futura suegra y hablaron de los planes para el futuro próximo.

    En los pueblos suele haber un mandamás, un hombre que por su posición económica piensa que todos tienen que rendirle pleitesía, le había “puesto el ojo” a Ernestina, a sabiendas de que José Augusto era el novio. -Esa condenada muchacha no sabe de lo que soy capaz si se me pone remolona, ya llegará el día en que la encuentre sola o quizás pueda suceder algo malo en su vida y voy a servirle de consuelo jajajaja- pensaba. Todo marchaba bien para los jóvenes enamorados, salían a pasear a caballo y en más de una ocasión don Porfirio, que así se llamaba el hacendado, los miraba pasar escondido detrás de un ocote.

    Una tarde, cuando el muchacho había bajado de la montaña, don Porfirio le salió al paso acompañado de tres de sus trabajadores. ¡Ve!, ¡qué casualidad, si aquí viene llegando José Augusto! Mira muchacho, quiero proponerte algo que a lo mejor no te va a gustar, pero si no se puede no se puede, ¿por qué no dejas en paz a la Tinita? Vos sabes que tu novia siempre me ha gustado, te voy a recompensar muy bien y hasta te puedo regalar unos terrenos que sé que te gustan.

    El joven, desafiándolo, le respondió. Mire señor, usted podrá ser muy rico y dominar a los tontos del pueblo, conmigo no cuente, Tinita es mi futura esposa y lo que me propone me hace pensar que usted está quedando loco. ¡Agárrenlo! Dijo el viejo con furia, vamos a darle una lección a este desgraciado.

    Entretanto, Ernestina bromeaba con la mamá. Fíjate mamá que desde que compró esa cantimplora no se la baja, la anda entre la faja del pantalón y cada vez que camina suena como campana jajajaja.

    Las mujeres que querían mucho al joven gozaban de él sin saber que en ese mismo instante tres hombres lo golpeaban con fuerza, luego le ataron una soga al cuello, lo subieron a un roble y ahí lo ahorcaron.

    Grande fue la sorpresa de los campesinos que subían la montaña para sus quehaceres diarios al encontrar el cuerpo colgando.

    Es José Augusto, está golpeado, ¡qué malditos le harían esto! La comunidad estaba enlutada con la muerte de aquel valioso joven, una promesa truncada. Con el correr del tiempo la herida de Ernestina fue sanando, don Porfirio fue ganando terreno en lo sentimental con la muchacha a la que colmaba de costosos regalos.

    El muerto quedó en el olvido, como ocurre con todos los muertos, y las relaciones se volvieron más agradables para ambos. Aun no se había fijado la fecha de la boda y aunque la joven mostraba alegría con lo que estaba sucediendo, muy adentro de su corazón seguía amando a José Augusto.

    Una noche soñó que miraba a su amado ausente, despertó sobresaltada y le dijo a la mamá. “Cuando suenen las cadenas todo se descubrirá”, eso fue lo que él me dijo en sueños mamá.

    La madre de la joven se persignó y no hizo ningún comentario. Cuando todo estaba tranquilo en el pueblo, comenzaron a soplar ráfagas de viento muy fuertes, parecía que se desataría un huracán, la gente buscó refugio y a las 9:00 pm no había una sola alma en la calle.

    A lo lejos comenzó a escucharse el ruido de cadenas que se arrastraban por el suelo, seguido de lamentos pavorosos. La gente encendió candelas y comenzó a rezar.

    Los vecinos reconocieron la voz de don Porfirio que gritaba: “¡Yo maté a José Augusto con mis hombres!, ¡perdón!… ¡perdón!”. Los perros se alborotaron, las gallinas también y el viento soplaba con más fuerza. Frente a la casa de Ernestina cayó un objeto metálico que sonó como una pequeña campana, era la cantimplora de José.

    ¡Ese hombre mató a José!, dijo la joven, ¡hoy las está pagando!

    Cuentan los que tuvieron el valor de abrir sus ventanas, que miraron que un hombre ahorcado iba detrás de los encadenados, fustigándolos con un látigo que silbaba en el aire.

    Aquella macabra procesión duró como media hora, tiempo más que suficiente para que los habitantes de aquel pueblo se arrepintieran de todos sus pecados. Y se cuenta que Ernestina y toda su familia abandonaron el lugar al día siguiente; sin embargo, durante muchos años la escena macabra se repitió, hasta que al fin el pueblo quedó abandonado.