En la ciudad de Choluteca, en el sur de nuestro país, vivía una señora llamada Gloria, propietaria de un floreciente negocio. Se había casado con un hombre más joven que ella y él le ayudaba en todo lo que podía para que el local fuera siempre fructífero.
Durante tres años, la relación de aquel matrimonio fue muy buena. Los vecinos los ponían de ejemplo.
—Ya ven que para el amor no hay nada imposible —decían algunos—, doña Gloria y José se llevan de maravilla a pesar de la diferencia de edades.
Sin embargo, había personas maliciosas que decían que José se había casado con la señora por puro interés económico, que era un aprovechado, etcétera.
José era originario de Tegucigalpa y había conocido a doña Gloria en el balneario de Cedeño. Ambos se encontraron en una champa donde vendían pescado frito, entablaron una conversación y a él le encantó la forma de ser de la señora, le preguntó dónde vivía y sorpresivamente él llegó un fin de semana a visitarla.
Fue amor a primera vista. La señora estaba feliz; le parecía imposible que aquel joven atractivo se hubiera fijado en ella. Así se dieron las cosas y al cabo de un año de haberse conocido decidieron casarse.
Celebraron con gran alegría la llegada de su tercer aniversario de bodas. La fiesta fue extraordinaria, hubo música ejecutada por un conocido grupo y desde El Salvador llegaron invitados especiales que eran amigos de doña Gloria.
Como dicen que el diablo jamás duerme, en la fiesta él conoció a una prima de su esposa que tenía varios años de haberse trasladado a vivir a San Miguel, casi en la frontera con Honduras. Se llamaba Irma. Era una joven agradable, de hermoso cuerpo, que llamaba la atención de los hombres.
En más de una oportunidad platicaron a solas en la fiesta. De inmediato, ella mostró interés en el esposo de su prima Gloria y antes de despedirse lo sorprendió con un beso en la boca.
Esa acción cambiaría definitivamente la felicidad que reinaba en aquel admirado matrimonio. Irma viajaba desde San Miguel a Choluteca y con la complicidad de una amiga se miraba a solas con José. La amiga les prestaba su casa.
Pero en esta vida todo se sabe. Sin andar haciendo averiguaciones, doña Gloria recibió noticias de que José andaba con otra mujer. Fue algo terrible para la noble señora. No podía quedarse callada ante aquella situación y una noche aprovechó las circunstancias para reclamarle a su esposo. Durante la discusión, José lo negó todo. Le dijo que eran chismes callejeros y que no debería hacerles caso.
Como siempre, hay un “yo lo vi”. Con el correr de los días, a doña Gloria le dijeron dónde estaba la casa en que su marido se miraba con la otra mujer. Pagó para que lo vigilaran y le avisaran cuando se vieran nuevamente. Así fue. Se trasladó a un sitio escondido y enorme fue su sorpresa al ver a su prima y su esposo saliendo de aquella casa.
Los celos y la furia incontenible la obligaron a dejar su escondite para enfrentarse a la pareja.
No se pudo contener. Agarró del pelo a su prima, la hizo morder el polvo y la agarró a patadas hasta que la mujer huyó.
José se quedó paralizado. Jamás pensó que sería descubierto y mucho menos que doña Gloria sería capaz de aquello.
Antes de que Gloria lo agrediera, José agarró un palo que había en el suelo y le dio varios golpes en la cabeza hasta matarla.
Inmediatamente se fue a su casa, donde una hora después le notificaron que su esposa había sido asesinada en un pasaje solitario.
El hombre fingió un gran dolor y fue asistido por sus amistades y vecinos. Dos semanas después apareció Irma, que llegó de El Salvador y se reunió con su amante. Sabía que José había quedado en posesión de mucho dinero.
Una mañana, cuando Irma se levantó de la cama, la cama de su prima Gloria, vio que José se había ido al trabajo. Se bañó, se arregló y se perfumó. De pronto le pareció escuchar una voz a su espalda que le dijo:
—Te gustan mis lociones, ¿verdad?
Aquello ocurrió muy rápidamente. Volteó y no vio a nadie.
Se fue a la cocina, escuchó pasos y vio que la puerta estaba abierta hacia el solar. Agarró un cuchillo y preguntó:
—¿Quién anda ahí?
Al salir al patio vio que alguien se escondía detrás de un árbol. Con el cuchillo en la mano se dirigió hacia ese lugar.
Por la tarde, José llegó con una bolsa llena de víveres.
—Ya llegué, amorcito —dijo.
Nadie le respondió. Colocó los víveres en la mesa y se fue a buscar a Irma. La buscó en todos los cuartos y no la encontró; llegó a la cocina y nada.
Al ver que la puerta estaba abierta se fue al solar, se paró frente al árbol y unas gotas de sangre le cayeron desde arriba.
Cuando José alzó la vista vio el cadáver de Irma colgado de una rama, con un puñal clavado en el corazón.
Cuando intentó huir, no pudo hacerlo. Recibió el primer leñazo en la cabeza y siguieron otros hasta que se desplomó sin vida. Una vecina que había conocido muy bien a doña Gloria vio a la muerta con un palo en sus manos. Luego se esfumó en el aire.
La Policía dijo que había sido un asalto seguido de dos asesinatos, pero solo la vecina conoció la verdad de aquella macabra historia.