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Los anillos de Lupe

  • 08 julio 2012 /

La historia de una mujer hermosa procedente de El Salvador, con sus 10 anillos que representaban para ella su vida, su fortuna y su suerte.

    Lupe era una mujer de unos 53 años, había llegado a la ciudad de Nacaome, en el departamento de Valle, con procedencia de la hermana república de El Salvador, se dedicaba a las ventas entre los dos países, traía mercadería salvadoreña y llevaba hondureña a su país de origen.

    Se trataba de una hermosa mujer, de porte elegante, que llamaba la atención de los hombres

    Ella contaba a sus amistades de Nacaome que había estado casada tres veces, que no deseaba nunca más el matrimonio, que prefería gozar de la vida de soltera con cualquier hombre que le gustara. “Para mí amarrar a un hombre es lo más fácil”, decía, “conozco los ingredientes para hacerlo, jajajaja”.

    Había algo que identificaba a Lupe, tenía anillos en cada dedo de sus manos, todos eran de oro y algunos tenían brillantes, comentaba que toda su riqueza la andaba en sus manos, sus amistades se reían y le preguntaban si no sentía miedo de que alguien se los robara, ella sonreía.

    “Los ladrones tendrán que pensarlo muy bien”, decía la mujer, “ya lo han intentado pero no voy a decirles lo que les pasó”. Sus clientes, hombres y mujeres, le encargaban ropa, artículos para el hogar, cadenas de oro y plata, dijes, lociones, cremas y otras cosas; ella jamás dejaba de llevar los encargos a las casas.

    Sus anillos llamaban la atención de todo el mundo, las mujeres quedaban fascinadas al verlos.

    Lupe llevaba 10 anillos en sus dedos. Lucía -que era una joven de 18 años, hija de doña Leticia, una de sus clientas- le preguntó a la salvadoreña si vendía sus anillos, sonriendo respondió Lupe: “Eres una niña muy bella, algún día podrás comprar tus propios anillos, estos representan mi vida, mi fortuna, mi suerte”. Dicen que las apariencias engañan y en el caso de la joven Lucía nadie sospechaba que había mucha maldad en su corazón.

    Lucía comenzó a anotar las visitas de Lupe, los días, las horas, qué casas visitaban, calculaba las cantidades de dinero que ganaba y por qué calles caminaba antes de viajar a El Salvador.

    “¡La tengo!, hoy sí sé cada paso que da esa mujer, esos anillos tendrán que ser míos; nadie, ni mi mamá sospechará de mí jamás”.

    Después de haber memorizado los datos que había anotado en su cuaderno, procedió a quemarlo en el fogón de su casa, así nadie sabría que estaba tras los pasos de Lupe. Aquellos valiosos anillos se habían convertido en una obsesión para la joven, soñaba con ellos, se miraba las manos y le parecía que los andaba puestos. Con paciencia fue planeando cada movimiento, solo era cuestión de esperar.

    “Buenos días Lucía”, dijo Lupe, “¿está doña Leticia?, “ya la llamo, pero pase adelante por favor”. La hermosa mujer le dijo: “Sé que te gustan mucho mis anillos, no haces más que verme las manos”.

    Lucía se sonrojó y respondió: “Así es doña Lupe, pero ya me dijo usted que trabajando arduamente puedo llegar a tener mis propios anillos, ¿verdad?” “Así es Lucía, así es, las cosas deben hacerse honradamente, jamás hay que pensar en conseguir lo que se quiere actuando con maldad, nunca le hagas caso a los deseos”. Lucía llamó a su mamá y se despidió de Lupe. La joven asustada por las palabras de Lupe salió de su casa, le temblaban las manos y las piernas.

    “Me descubrió, sé que esa maldita me descubrió”, pensaba, “antes de que hable tengo que matarla y robarle los anillos, así dirán que fue un robo y que por eso la mataron”. Sabía todos los movimientos de la salvadoreña, así que no le fue difícil esperarla en una calle solitaria. Agazapada detrás de un cerco de piedras, Lucía esperaba pacientemente a su víctima; sintió que se acercaba, y al tenerla a su alcance disparó con una pistola calibre 22, seis veces, hasta que Lupe se desplomó sin vida. Cuando la joven intentaba saltar el cerco para apoderarse de los anillos, vio que varias personas corrían hacia esa dirección, habían escuchado los disparos. Conocedora del lugar, le fue fácil esconderse y huir rápidamente, iba furiosa por no haber robado los anillos. El cadáver de Lupe fue trasladado a San Miguel, en El Salvador; sintieron mucho la muerte de aquella hermosa dama.

    Cuarenta días después, una tormenta eléctrica sorprendió a los vecinos, las ráfagas de viento eran aterradoras, los perros comenzaron a ladrar, todos los animales del lugar estaban asustados.

    Los vecinos escucharon gritos aterradores que eran apagados por el estruendo de los rayos; “querías mis anillos Lucy, los he traído para que te los pongas jajajajajajajaja” Extrañamente nadie en la casa de Lucía se despertó. Cuentan los vecinos que al día siguiente encontraron el cadáver de la joven; tenía anillos clavados en los ojos, la lengua y el rostro, y una expresión de terror.

    La misma noche del entierro de Lucía comenzaron a ver el fantasma de Lupe que caminaba por las calles de la ciudad, la reconocían por los anillos que brillaban en sus huesudos dedos.Un grupo de vecinos fue a levantar el alma de la muerta en el mismo sitio donde había sido asesinada. Solo así pudieron evitar que el fantasma volviera a caminar por las calles de la ciudad.