28/03/2024
06:46 AM

Cuentos y Leyendas de Honduras: La oficina

Algo sobrenatural ocurrió en una oficina del gobierno dedicada a la investigación de los cultivos, especialmente del melón.

    En la ciudad de Choluteca ocurrió algo sobrenatural en una oficina donde trabajaban varios empleados del gobierno dedicados a la investigación de los cultivos, especialmente del melón.

    Iris y Lourdes, secretarias en esa oficina, asistían con su trabajo a tres agrónomos, entre ellos Amílcar Cano, un joven muy dinámico encargado de llevar el mando, muy querido en la ciudad por su don de gentes. Con frecuencia se le miraba jugar con los niños que llegaban a la glorieta frente a la casa donde nació el sabio José Cecilio del Valle, redactor del Acta de Independencia.

    Uno de los agrónomos, Rafael, mientras hacía su trabajo de campo fue mordido por una serpiente. Los trabajadores lo llevaron de inmediato al hospital con tan mala suerte que falleció en el trayecto por el potente veneno del ofidio. Amílcar fue uno de los más afectados por la muerte de Rafael, a quien consideraba su mejor amigo. Amílcar bromeaba con Rafael, le decía que el cigarrillo lo iba a llevar a la tumba, tenía una tos que no se le quitaba.

    —No se te quita esa tos de chucho —le decía— porque fumas mucho. Je, je. Allá te voy a llevar un paquete.

    Pasó el tiempo y una mañana, cuando Iris, una de las secretarias, escribía en su máquina sintió que alguien tosía a sus espaldas. Se levantó de inmediato y le dijo a su compañera:

    —Lourdes, alguien acaba de toser detrás de mi oreja.

    La otra trató de calmarla.

    —Debe de ser tu imaginación. Aquí no hay nadie, solo nosotras. No tengas miedo.

    Una hora más tarde, Lourdes sintió que una mano le sobaba la espalda, se levantó inmediatamente y gritó.

    —Es cierto, Iris, nos están asustando. ¡Me acaban de tocar!

    Amílcar iba llegando a la oficina y trató de calmar a las dos secretarias. Días después se encontraba arreglando unos documentos cuando inesperadamente le movieron la silla. Armándose de valor, el agrónomo dijo:

    —Qué te pasa, Rafa, ¿qué querés? Dejá de estar asustándonos.

    No hubo ninguna respuesta. Amílcar tuvo una extraña sensación que le recorrió todo el cuerpo. Lourdes tomó la iniciativa y les pidió a sus compañeros que oraran por el eterno descanso de Rafael y los sucesos extraños se detuvieron. Una mañana, cuando Amílcar se detuvo en la glorieta para jugar con los niños, un pequeño de nueve años de edad llamado Rolando se acercó al agrónomo y le dijo:

    —Ahí donde trabajan ustedes asustan, ingeniero.

    —Y vos ¿cómo sabés eso?

    El niño se sentó en las rodillas de Amílcar y respondió:

    —Dice mi abuela que en esa casa mataron a una familia y que por eso asustan. Papá dice que ahí hay algo enterrado.

    Cuando Amílcar regresó a la oficina no dijo nada. Posteriormente anduvo en la alcaldía investigando sobre esa casa. Les preguntó a los vecinos y se dio cuenta de que hacía muchos años en ese lugar habían asesinado a cuatro adultos y dos niños. Una señora de unos 86 años de edad le dijo:

    —Esos sustos que ustedes se han llevado no se deben al ingeniero que murió porque lo mordió una culebra. Dicen que ahí hay algo y por eso asustan. Deberían buscar otra casa antes de que las cosas se pongan peores.

    Amílcar comentó con su compañero y con las secretarias todo lo que había investigado y se pusieron de acuerdo en abandonar la casa y buscar otra para instalar las oficinas.

    Eran las cuatro de la tarde cuando las secretarias sintieron que entró a la oficina una corriente de aire que sacudió puertas y ventanas. La puerta de la oficina de Amílcar se abrió de golpe e hizo que él se levantara rápidamente.

    —¡Cierren la puerta de la calle!

    Iris respondió temblando de miedo.

    —Las puertas han estado cerradas, ingeniero. Mejor salgamos de aquí.

    Las dos mujeres, muy asustadas, salieron corriendo por la puerta principal, que se cerró sola con gran fuerza.

    —Salga, ingeniero, ¡salga, por favor!

    Amílcar metió unos papeles en su maletín, que de pronto saltó de sus manos y dejó un reguero de documentos en el suelo. El maletín se levantó en el aire y golpeó con fuerza una pared. Por el tremendo golpe se desprendieron dos ladrillos y dejaron un agujero. El ingeniero comenzó a bajar a todos los santos del cielo. No podía creer lo que estaba sucediendo en la oficina en pleno día. Como pudo caminó hasta la pared y vio que había algo dentro del agujero descubierto por el golpe del maletín. Regresó a su escritorio y de una de las gavetas sacó una linterna de mano que guardaba para las emergencias. Regresó a la pared y alumbró. Descubrió una calavera y huesos. Había una pequeña bolsa de lona. Metió la mano, sacó la bolsa y al vaciarla sobre el escritorio vio unos muñecos de cera llenos de alfileres y atados con cintas rojas, verdes y amarillas.

    Se dirigió en oración al Altísimo y logró salir de la casa. Sus secretarias y varias personas lo esperaban. Al contar sobre su descubrimiento se procedió a derrumbar la pared y los huesos encontrados fueron enterrados en el cementerio. Días después, la oficina fue trasladada a otro lugar de la ciudad de Choluteca. Nunca se supo quién era la persona enterrada en la pared. Hemos cambiado los nombres de los protagonistas de este suceso fantasmal. Nos contaron esta historia que vivieron en carne propia y aseguraron que los fantasmas sí existen.