Bagan, Myanmar. Envuelta en aromas de jazmín e incienso y escondida en el verde profundo del paisaje, así ha permanecido
Bagan durante siglos para sorprender a los pocos visitantes que se aventuran a encontrarla.
Esta explanada de unos 40 kilómetros cuadrados alberga más de dos mil pagodas –casi una junto a la otra–, además de templos y monasterios. Un espectáculo único en el mundo. No es casualidad que
Myanmar sea conocido como “
El País del Oro”.
En todos sus rincones se pueden encontrar edificios religiosos dedicados a Buda y recubiertos con finas láminas de oro, decoración que deja sin aliento a quienes se acercan por primera vez.
Y Bagan es la ciudad turística por excelencia. Está en el centro del país, en la región de
Mandalay, y es bañada por el río Irawadi, el más largo de la antigua Birmania. Llamada Pagan bajo el dominio británico, fue capital de varios reinos en Myanmar.
A mediados del siglo 11, cuando el rey Anawrahta los convirtió en uno sólo, inició su edad de oro. Construcción milenaria El fervor religioso de los habitantes de la región llenó de maravillosas estructuras esta zona durante dos siglos, hasta que fue conquistada por Kublai Khan en 1287.
Según estadísticas oficiales, Bagan posee 2 mil 217 monumentos identificables, mientras que una cantidad similar se encuentra en ruinas. Las principales estructuras que se pueden visitar son: pagodas (en lengua birmana, zedi), con forma de campana y apoyadas en una estructura cuadrada u octogonal; por lo general tienen un pico ligeramente cónico en metal dorado y recubierto con una decoración en forma de paraguas sagrado.
Asimismo templos (gu), edificios grandes y altos, en cuyo interior hay pasillos ricamente decorados con frescos de imágenes sagradas y estatuas. A menudo se construían alrededor de una pagoda e incluyen otros edificios, como dormitorios para los monjes y salas de reuniones y de oración.
El templo tiene una estructura cuadrada o rectangular, con una terraza externa que representa el Monte Meru, la residencia simbólica de la divinidad, rodeado por un grueso muro para separar el reino de lo sagrado del mundo exterior.