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El precio de los granos sacude a la agroindustria de Estados Unidos

  • 30 septiembre 2014 /

El precio del maíz ha caído casi dos tercios en dos años.

Nueva York, Estados Unidos.

El precio del maíz ha caído casi dos tercios en dos años. Justin Crownover vendió la mi­tad de su cosecha en mayo, cuan­do un bushel costaba cerca de US$5, un nivel que todavía era rentable. Cuatro meses después, el precio ronda los US$3,25. Este agricultor de Texas aguarda por un repunte, pero también trata de reducir sus gastos en maqui­naria y fertilizantes.

“¿Nos preocupa?”, se preguntó hace unos días. “Claro que sí”.
Por primera vez en casi una década, los productores de maíz, soya y trigo de Estados Unidos po­drían sufrir pérdidas si los precios no suben. El declive ocurre des­pués de los años más rentables para muchos agricultores. Has­ta este año, todas las partes de la agroindustria estaban prosperan­do, desde los productores de se­millas y fertilizantes hasta los de tractores y tecnología. Los terre­nos agrícolas pasaron a ser un ac­tivo imprescindible para muchos inversionistas. Las acciones de las empresas de alimentos se dispa­raron, a medida que la población mundial pasa de 7.000 millones de habitantes en la actualidad a más de 9.000 millones en 2050.

Los altos precios de las mate­rias primas condujeron a la plan­tación de más hectáreas de maíz y soya. Eso elevó las ventas de los fabricantes de maquinaria como Deere & Co., vendedores de fer­tilizantes como Potash Corp. y proveedores de herbicidas como Monsanto Co.

“Soy de los que creyeron que ya no habrían más ciclos”, recono­ce Martin Richenhagen, presiden­te ejecutivo de AGCO, el fabrican­te estadounidense de tractores y otra maquinaria agrícola bajo las marcas Massey Ferguson, Cha­llenger y Fendt. “Me equivoqué”. AGCO y otras empresas del rubro probablemente sentirán el impac­to si los agricultores postergan sus inversiones en maquinaria y fertilizantes más allá de 2015.

Tradicionalmente, los agri­cultores de EE.UU. tardan en re­ducir su producción ante una caída en los precios, señala Mi­chael Boehlje, economista de la Universidad de Purdue. “Así que las épocas de vacas flacas duran al menos tanto o más que las de vacas gordas”, dice.

Como se trata de la agricultu­ra, nadie sabe si un frente helado o una sequía pueda reducir la co­secha lo suficiente para producir un repunte de los precios, de igual manera que es difícil predecir el aumento del suministro que el presidente ejecutivo de Deere, Sam Allen, describe en forma sarcástica como resultado de un evento extremo: “un clima es­pléndido en todo el mundo”.

Los precios más bajos de las materias primas en los últimos siete años son resultado de una combinación de un clima extre­madamente bueno con los efec­tos más predecibles del mayor rendimiento de las cosechas, un aumento de más de 20% en las hectáreas sembradas de maíz en EE.UU. durante la última déca­da y la creación de granjas gi­gantescas en el estado de Mato Grosso, Brasil.

La oferta ha equilibrado la de­manda porque los dos grandes motores del crecimiento de la demanda durante los últimos 10 años se agotaron. La gasolina de EE.UU. ya cumple con el requisito de tener un 10% de etanol. China, en tanto, no ha demorado en al­canzar los niveles de consumo de carne que imperan en Occidente mientras las economías desarro­lladas comen menos ganado ali­mentado con granos.

Richenhagen, el máximo eje­cutivo de AGCO, advierte que no hay que pecar de un exceso de pesimismo. Nadie prevé un des­calabro de la agroindustria como el de los años 80. Los inventarios de granos están en niveles razo­nables y las tasas de interés son bajas. No obstante, ahora que los agricultores prevén menores ga­nancias el próximo año, uno de los primeros gastos que pueden recortar es el de capital. La edad promedio de los tractores y má­quinas cosechadoras en EE.UU. es la más baja en varias décadas, gracias a las inversiones hechas en los años recientes de prospe­ridad y las políticas de fabrican­tes como Deere que aceptaron los tractores viejos como parte de pago por modelos nuevos.

“Renovábamos nuestra flota todos los años”, cuenta Kip Tom, un agricultor de maíz y soya en Indiana. “Así que si nos toca man­tenerla durante otros tres años, lo podemos hacer”.

Después de dos años de creci­miento, las ventas por unidad de tractores y cosechadoras de gran potencia han caído en EE.UU. to­dos los meses del año desde su ni­vel de 2013, según la Asociación de Fabricantes de Equipos.
Se trata, precisamente, de la maquinaria que ha impulsado las ganancias de empresas como Deere y CNH Industrial, un gru­po formado en 2013 que agrupa a Fiat, Case y New Holland. Gra­cias en buena parte a su dominio del mercado agrícola de EE.UU. y Canadá, las ventas de Deere pa­saron de US$23.000 millones en 2009 a US$38.000 millones en 2013. Sus ganancias aumentaron de US$900 millones a US$3.500 millones en igual período.

El fabricante ya les advirtió a sus inversionistas que prevé un descenso de 10% en las ven­tas de 2015. Allen, el presidente ejecutivo, resalta que las ventas de equipos de construcción y de tractores pequeños son saluda­bles y que la maquinaria agrícola es clave para la compañía. Deere anunció 600 despidos y una me­nor producción.

El caso de AGCO es distinto. La empresa fabrica equipos más pequeños, pero se prevé que los agricultores de las regiones más importantes para su negocio, Eu­ropa y Sudamérica, sufran tanto como sus pares en América del Norte. Las ventas cayeron 10% en el segundo trimestre y la empresa recortó la producción, al igual que sus rivales.

En el rancho Lone Star Farms, en Sunray, Texas, Justin Crow­nover se está replanteando el alza en los costos de plantar maíz frente a otros cultivos. “Los costos de los insumos no bajan con la misma rapidez que el mercado de maíz”, dice. En su caso, el algodón podría ser más rentable que el maíz. Si Crowno­ver y otros agricultores reducen los niveles de potasa, empresas como Potash, Agrium Inc. y Mo­saic Co. saldrían perjudicadas.

Monsanto y su competidora suiza Syngenta AG dicen que, pese al alza en los costos, es improba­ble que los agricultores reduzcan sus gastos en semillas, herbicidas y pesticidas. Los precios de los pesticidas han estado disminu­yendo, lo que representa un pro­blema más grande para Syngenta, que deriva un 75% de su factura­ción de la venta de químicos.