Llegó sigilosamente entre las sombras de la noche a la casa de la mujer que lo había rechazado cansada de sus constantes maltratos, para cumplir la amenaza de causarle daño donde más le doliera.
Vilma Esperanza García dormía con sus hijos Scarlet, de seis años, y Walter, de cuatro, dentro de un cuarto de adobes, cuando ocurrió la tragedia provocada por su enamorado Dagoberto Raudales. Nunca en la aldea de San Antonio en el municipio de Dolores, Copán, se había dado el caso de que un hombre despechado le prendiera fuego a su mujer sin importarle que estuviera acompañada de sus criaturas.
Pequeños
La niña estaba en primer grado y el niño en el kínder.
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El cuarto y una cocina a medio construir son como un anexo de la casa de concreto en la cual dormían esa noche otros miembros de la familia, entre ellos, dos niños más. Contiguo a la habitación adonde ocurrió la tragedia, descansaban el padrastro Juanín Cruz y su compañera María de Jesús Benítez, madre de la infortunada.
Tras cometer el hecho, Dagoberto se fue para La Entrada, Copán, adonde fue capturado por la Policía.
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Era Dagoberto Raudales quien había llegado cargando una caja y un costal a la aldea, dijo después un vecino que lo encontró en la calle, sin imaginar que “iba a cometer la trastada”.
“A matarte vengo”, le gritó desde afuera de su casa a su exmujer, el hombre quien había llegado desde La Entrada, Copán, donde se ha dedicado a reparar computadoras.
Ella se despertó sin imaginar el peligro que acechaba, creyendo que no iba a pasar nada porque muchas veces la había amenazado, según comentó la hoy occisa cuando estaba hospitalizada.
Es posible que él ya traía el galón de gasolina que derramó por debajo de la puerta y a través de las rendijas de las ventanas de madera. Por allí mismo seguramente metió la llama que provocó la conflagración, para luego trancar por fuera la única puerta para que no salieran sus víctimas.
Fue necesario que Juanín le pegara tres patadas a la puerta de playwood para que se abriera y que salieran, en medio de las llamas, la muchacha y sus hijos, pero desafortunadamente ya estaban marcados por la muerte. En la habitación quedó la estructura chamuscada de la cama donde dormían las tres personas y afuera, el recipiente de plástico usado para el combustible.
Cuando aún estaba consciente en el Hospital de Occidente, Vilma reveló a su madre el nombre del hechor y le pidió que se hiciera justicia. También le suplicó que cuidara de sus hijos, pues tenía miedo que algo les hiciera. Poco después los tres murieron en el Hospital Escuela de Tegucigalpa.