19/04/2024
09:39 AM

A tiros detuvieron el ritmo de vida de Edwin Sarmiento

El joven, un integrante de la banda de guerra del instituto Patria de La Lima, fue asesinado cuando estaba por llegar a su vivienda.

La Lima, Cortés.

El llanto de la gente se mezclaba con las notas de la banda de guerra del Instituto Patria de La Lima en la despedida para el joven Edwin Roldán Sarmiento, ultimado a tiros el sábado anterior cuando estaba por llegar a su casa.

Justamente en la esquina del emblemático campo Chulavista, de La Lima, cayó de bruces el muchacho al ser atacado con pistola por dos sujetos que se conducían en bicicleta.

Solo le faltaban unas tres cuadras para llegar a la casa de concreto y madera donde vivía con su madre, su compañera de hogar y una hija de dos años cuando lo sorprendió la muerte en pleno mediodía.

Ese día amaneció contento porque celebrarían en familia el cumpleaños de su madre Yamileth Velásquez. Hizo primero su acostumbrada visita al gimnasio y luego pasó por donde un amigo a que le recortara el cabello para dirigirse a la reunión, pero la muerte no lo dejó llegar.

Venía a pie con la sudadera sobre los hombros musculosos, una camiseta a rayas, un short y una gorra de los Yankees de Nueva York. En su pecho brillaba con el sol una cadena que parecía de plata, pero en realidad estaba hecha de acero pulido.

En ese momento, sus pasos fueron interceptados por los tipos que le arrebataron la vida con tiros de pistola automática, supuestamente para asaltarlo.

Los planes

Un vecino había facilitado a la cumpleañera su casa con piscina para que hicieran una barbacoa. “Estaba preparando el anafre para asar un chanchito que me habían regalado cuando sonaron los tiros. No nos imaginamos que fueran para él ”, relató la madre.

Su hijo ya no estaba estudiando en el Patria, pero seguía en la banda tocando la güira, un instrumento parecido a un rallador de cocina, con el que hacía lujos, metiendo ritmo a la música, comentó Yamileth.

Había decidido mejor estudiar inglés, para embarcarse, por sugerencia de su abuela radicada en España. Ella tenía la esperanza de que en una de esas podría encontrarse con el muchacho cuando anduviera dando la vuelta por el mundo. “Era el consentido de la abuela”, dijo Yamileth.

Siempre que Edwin tenía que ir a clases de inglés, su madre lo despertaba a las siete de la mañana porque “se le pegaba la cobija”, pero los sábados tenía libre en la academia.

Cuando se levantó, la familia se disponía a salir en taxi al centro de La Lima a comprar el pastel del cumpleaños, así que les pidió aventón para ir al gimnasio.

Solo se tomó un jugo de naranja de cartón y se acomodó como pudo en el vehículo de alquiler que se había llenado con todos los miembros de la familia.

Bromeó con el taxista, que era amigo de la casa, diciéndole que se le iba a reventar el carro con tanto equipo pesado que estaba transportando.
No llevó dinero ni celular porque iba a ejercitarse; por eso, al bajarse del taxi frente al gimnasio le pidió a la madre que le diera para el pasaje de regreso, el pago de su amigo el peluquero y una bolsa de agua.

La madre le dio 60 lempiras y se despidió de él sin mayor efusión. No sabía que era la última vez que lo vería con vida. Luego de hacer sus diligencias en el centro, ella regresó a terminar los preparativos del festejo.

Foto: La Prensa

Edwin Sarmiento contagiaba con su alegría a los amigos.
Tragedia

Al oír los disparos, la madre dejó de hacer lo que estaba haciendo y salió a la calle a preguntar qué había pasado. “¡Mataron al Duende!”, le contestó un viejo conocido que venía del campo Chula Vista.

El corazón le dio un vuelco, pues así le decían al muchacho porque tenía las orejas grandes. En efecto, cuando llegó al lugar con otro hijo y su compañero de hogar se encontró con el cuadro aterrador.

Edwin estaba boca abajo con la cara apoyada sobre el brazo derecho y varios impactos de bala en el cuerpo. Su cadena estaba reventada y un anillo de metal a medio zafar en el dedo anular izquierdo.

En una bolsa tenía tres lempiras que le sobraron del dinero que le dio su mamá. Haciendo cuentas, gastó 50 en el corte de cabello y siete en el bus que lo dejó a la orilla de la pavimentada. Los tres lempiras eran de la bolsa de agua que no compró.

A lo mejor los delincuentes se molestaron porque no encontraron nada de valor que robarle, pues mientras se retiraban de la escena del crimen, uno le reclamaba al otro por haberlo matado sin necesidad, declaró un testigo.

Como muestra de su pasión por el deporte queda un trofeo que el muchacho ganó como campeón goleador del equipo de la Iglesia Reformada, una camisola del Olimpia y otra del Real Madrid con su apellido bordado que le mandó su abuela desde España.

Sus amigos dicen que también supo darle prestigio al uniforme de la banda de El Patria cuando con la baqueta rascaba las estrías de la güira para tocar melodías populares adaptadas al ritmo marcial en los desfiles y otros eventos.

Por esa habilidad se ganó el calificativo del rey de la güira cuando había competencias de bandas marciales de los colegios.

Algunas de esas canciones de su preferencia fueron ejecutadas por los miembros de la banda mientras hacían valla para dar paso al féretro del compañero silenciado por la violencia.

Foto: La Prensa

Aunque tocaban ritmos alegres, se reflejaba la tristeza en ellos al despedir a un gran amigo y compañero de banda.

Foto: La Prensa

Familiares y amigos le dieron el último adiós al joven.