20/04/2024
01:38 AM

Benigno Gómez, el pincel eterno

Se ha ido el pintor, pero no su arte. Benigno Gómez, maestro de maestros, ahora vuela tan alto como aquellas palomas blancas que plasmaba recurrentemente en sus obras.

San Pedro Sula, Honduras.

La leyenda ha nacido y ya acompaña a otros grandes del pincel que Dios los ha llamado. Benigno Gómez ha partido y la pictórica nacional llora a uno de sus hijos predilectos.

Honduras se está quedando sin pintores de verdad. De aquellos que pintaban por amor y no por negocio. Suave, sereno y ante todo, humilde, este maestro de maestros hizo de su vida un puñado de éxitos. Jamás se vanaglorió. Siempre mantuvo los pies en el piso y el pincel en sus manos. Hizo de su talento, el mejor lienzo donde pintó la gloria con la que hoy se convierte en un inmortal con letras de oro.

Nació en el remoto pueblo de Naranjito, Santa Bárbara. Era un niño en transición a adolescente cuando atestiguó el régimen del dictador Tiburcio Carías Andino.

Foto: La Prensa

El fotógrafo Rubén Merlo es el único en el país que ha documentado el incalculable arte de Benigno Gómez.

Su padre fue Antonio Gómez, músico de oído y amante del campo y los cultivos, y su madre Concepción López, artesana apasionada del dibujo y ama de casa, quienes vieron por primera vez a su hijo prodigio un 17 de enero de 1934.

Entrando a los 16 años y seguro de que la pintura era lo suyo, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de Honduras. Fue una bendición para él y una fortuna para Honduras, porque gracias a una beca valorada en 25 lempiras, Benigno logró su educación superior en cuanto a arte y nacía uno de los grandes.

Tuvo como maestros al gran Arturo López Rodezno y Samuel Salgado, este último le dio la oportunidad laboral y lo dejó como profesor de planta en Bellas Artes tras graduarse en 1957.

Foto: La Prensa

Gómez hacía de la pintura, la mejor ventana para expresar momentos, vivencias y emociones a través de inspiración innata.

Dio sus primeras pinceladas profesionalmente y luego quiso más. Nunca se conformó. Aprendió cerámica y torneado gracias al ceramista Arturo Luna, otro de los grandes de las artes en el país.

Corría el año de 1960 cuando la vida le dio otra oportunidad para globalizar conocimientos y perfeccionarlos con las técnicas de la Academia de Bellas Artes de Roma, Italia. Ahí estuvo seis años.

Benigno pudo haberse quedado viviendo en Europa, donde sin duda alguna estaría entre los célebres, pero volvió a Honduras, convencido de que en este país tenía mucho que dar.

Foto: La Prensa

Sus obras comenzaron a ganar espacio, provocaban impacto y poco a poco se iban cotizando entre los mecenas de Latinoamérica. Se decantaba por el óleo y el acrílico y cada obra, tenía una esencia única donde los relieves con espátula reafirmaban la calidad de sus trazos.

Su tendencia era impresionista y las palomas se repetían una y otra vez. La figura humana, la flora y hasta la religión lo inspiraban y las plasmaba en tonos vibrantes, de vida y reflexión.

Diez años pasaron para que Benigno se consagrara como los grandes. Se ganó con méritos de sobra el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra, distinción solo para artistas de verdad.

Foto: La Prensa

Un año después Las palomas, una obra que creó con tanto amor, fue escogida por la Organización de Naciones Unidas (ONU) para una serie de estampillas que se publicaron en 1977. Los logros llegaban solos a la vida de Gómez, porque jamás se obsesionó con ellos y la vida se los concedía por mérito propio y talento innato.

Era contemporáneo de los grandes Moisés Becerra, Mario Castillo, Gelasio Giménez, Juan Ramón Laínez y Miguel Ángel Ruiz Matute, este último aún vive en Londres. Inglaterra. Su licenciatura en artes plásticas que obtuvo en Italia también se debió al aprendizaje de los idiomas italiano e inglés.

Foto: La Prensa

Su obra tenía una dosis de eclecticismo en su legado. Para la experta en pictórica Dora Sánchez, catedrática de arte de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Benigno tenía un poco de “Caravaggio y van Gogh” y destaca que “también, para los años 70, se puede ver claramente en la obra de Gómez una fuerte influencia del cubismo picassiano. Influencia que aún se nota en algunos cuadros de factura resiente donde predomina la arista, el ángulo, sobre todo en los paisajes citadinos”.

La herencia pictórica de Benigno Gómez López ahora está en manos de quienes de verdad aprecian la obra y no la pintura, porque pintores muchos, y maestros, pocos.

Foto: La Prensa