Don Orlando Martínez, un jubilado (de 70 años) se levanta a las 4:00 am y se prepara para salir a pie rumbo a su trabajo, el cual ha desempeñado por cuatro años, ya que el dinero de la pensión no es suficiente para cubrir los gastos de su hogar.
Pese a su avanzada edad trata de adaptarse a la “nueva normalidad”, luego de bañarse y vestirse con un jean y una camisa tipo polo se coloca un par de mangas negras en sus brazos, un par de guantes, una mascarilla y un protector facial para protegerse del covid-19, porque de contraerlo podría ser mortal para él.
Nunca se imaginó que viviría una pandemia, pero aún con temor hace lo posible por llevar dinero a su casa, después de despedirse de su amada esposa emprende una caminata de casi 40 minutos por el bulevar del este hacia su trabajo, en el cual se encarga de atraer clientes para una clínica que realiza pruebas médicas requeridas para una licencia de conducir.
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“He estado caminando a mi trabajo en los últimos dos meses. Tengo 70 años y hago esto por mi familia, lo que me dan de mi jubilación no me ajusta”, comenta Martínez.
Fredy Pineda (de 25) es otro obrero que viaja desde Lomas del Carmen hasta Corporación Dinant, en Ticamaya. “Me voy a pie por falta de transporte público, me tardo cerca de una hora para llegar a mi trabajo, adonde soy operador. Tengo tres hijos y me esfuerzo por ellos, tengo otros compañeros que se van a pie”, comenta.
Joel Isaí Alvarenga (de 23) trabaja como operario de camión recolector de basura en Sulambiente. Antes de las 5:00 am se le ve recorriendo en bicicleta la ciudad, ya que debe ingresar en su trabajo a las 5:30 am. “En el trabajo dan transporte, pero hay que madrugar más, por eso prefiero ir en bicicleta. Tengo dos hijos”, comenta entre risas.
LA PRENSA fue testigo de cómo luego de la entrevista, Alvarenga casi fue atropellado por un carro, pero afortunadamente se libró; este es un peligro al que se enfrentan todos estos obreros.
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Alex Javier López García, un ayudante de albañil, también se las ingenia para acudir a su trabajo en medio de la pandemia y le prestó una bicicleta infantil a su cuñado. “Hay que seguir adelante porque no nos podemos morir de hambre. Voy de la Rivera hasta Campisa, adonde está el proyecto”, dice López empapado de sudor.
Juan Ramón Landaverde, guardia de seguridad, se levanta a las 3:00 am y sale de su casa en la Rivera Hernández rumbo al mercado Dandy, destino al que llega después de las 7:00 am. No me siento muy cansado, todavía tengo potencia y tengo que llevarle comida a mi hija de ocho años”, comenta.