El 20 de julio es una fecha en la que muchos hondureños recuerdan al cacique Lempira, pero en este 2020, en medio de la pandemia mundial de coronavirus, existe otra razón, más triste, para recordar esa fecha.
Se trató de una celebración atípica. Prácticamente no hubo desfiles, conmemoraciones en las escuelas ni trajes típicos y si acaso los hubo, se quedaron en la privacidad de los hogares o se dieron a conocer de manera virtual.
Pero mientras algunas lamentaban no poder celebrar sin trabas al héroe indígena que da nombre a nuestra moneda nacional, un drama muy distinto se desarrollaba en los centros de atención del sistema hospitalario público, una lucha de vida o muerte entre un virus insidioso, sus víctimas y los héroes de la salud que trataban de salvarlos.
El día más crítico
Los medios de comunicación reportan, y las estadísticas corroboran, que, desde que se declaró la emergencia por la llegada del coronavirus a Honduras en marzo pasado, los primeros meses fueron los más difíciles ante el rápido incremento de contagios y muertes por el virus, los que alcanzaron un punto álgido precisamente en el mes de julio.
La situación se volvió cada vez más seria a medida que los hospitales se llenaban de pacientes con diferentes niveles de gravedad, alcanzado su momento más crítico el 20 de julio. Ese día tiene el récord de más pacientes hospitalizados en una sola fecha, cuando se alcanzaron los 1,659 ingresos.
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De acuerdo con los datos de la Secretaría de Salud, en el mes de julio, la red nacional de hospitales contaba con 6,960 camas, de las cuales, 1,085, es decir, el 15.6% estaban designadas para atender a pacientes con Covid-19.
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Más crítica era la situación en los hospitales de especialidades, tales como el Hospital Escuela, que llegó a reportar hasta 150% de ocupación; o como el Hospital de Tórax, que en su momento también reportó haber excedido en 100% de su capacidad.
El espectro del repunte
Afortunadamente, un par de semanas después de alcanzar el momento más crítico, la situación comenzó a experimentar alguna medida de alivio pues, aunque el virus no dejaba de propagarse, parecía hacerlo a ritmo menor a partir del mes de agosto.
Esta circunstancia permitió descongestionar hasta cierto punto el presionado sistema hospitalario, en un momento en el que cobraba mayor impulso la reactivación económica en buena parte del país.
Poniendo las cosas en perspectiva, las capacidades que fueron exigidas al máximo, fueron las dedicadas especialmente a la atención de pacientes con Covid-19.
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Hay que tener en cuenta también que las estadísticas y las cifras oficiales no mencionan un número indeterminado de casos en los que el enfermo contrajo y superó la enfermedad sin haber puesto pie en un hospital.
Tampoco podemos dejar de mencionar el papel de las brigadas médicas, cuya labor quizá haya evitado que cientos, si no miles de compatriotas terminaran ingresados en un centro de atención.
La disminución de las hospitalizaciones, hizo incluso pensar en su momento que la compra de los famosos hospitales móviles no solo había resultado viciada, sino quizá incluso innecesaria.
Sin embargo, todavía es muy pronto para cantar victoria. Todavía está por verse el efecto que la reactivación económica tendrá en el rumbo que tomará la pandemia. A medida que se recupera la sensación de normalidad, las personas tienden a bajar la guardia y confiarse a que lo peor ya ha pasado.
Pero si algo nos ha enseñado este coronavirus, es lo rápido que puede descontrolarse la situación si nos descuidamos.
Y si las recientes restricciones, que han comenzado a reimplantarse en Europa, son un indicativo, la lucha contra la Covid-19 dista mucho de terminar.