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Las otras Cleo Latinoamérica, a propósito de 'Roma”

  • 23 febrero 2019 /

Según la OIT, hay 18 millones de trabajadores domésticos en América Latina. La película de Alfonso Cuarón les ha dado voz y expone su frágil condición

    Estado de México, México

    Con el mismo empeño friega platos, trapea suelos y lava ropa. Trabaja donde los demás descansan, pero ameniza el esfuerzo físico con juegos y demostraciones de afecto que la hacen partícipe de una calidez familiar ajena que le llega como propia.

    Como Cleo, el personaje de una empleada del hogar polifuncional que protagoniza la película “Roma”, Ignacia Ponciano representa a millones de mujeres de un sector social con escasas oportunidades, que vive al servicio de una clase privilegiada en México.

    Diez nominaciones
    1. Mejor actriz de reparto-Marina de Tavira
    2. Mejor mezcla de sonido
    3. Mejor edición
    4. Mejor película en lengua extranjera
    5. Mejor diseño de producción-Eugenio Caballero
    6. Mejor guión original
    7. Mejor actriz -Yalitza Aparicio
    8. Mejor director-Alfonso Cuarón
    9. Mejor fotografía
    10. Mejor película

    “Nacha”, como la llaman sus allegados, llegó a casa de los Rodríguez hace 30 años, a sus 19. En su adolescencia, había dejado San Diego Xuchitepec, un pueblo rural del vecino Estado de México, en busca de una oportunidad en la capital. Se quedó donde consiguió al mismo tiempo un trabajo y un hogar.

    En la casa a la que llegó “sin saber hacer nada”, cuenta Ignacia, se ocupaba de la limpieza, de la cocina y de cuidar a Penélope, hija de su patrona Elizabeth, que se había separado de su marido y vivía con su hermana. Pero como el lugar era punto de encuentro para la familia, “Nacha” se convirtió en una persona de confianza para todos.

    Adelina Santos tiene 27 años y llegó con apenas 18 años a la Ciudad de México acompañada de una amiga de su pueblo natal, San José Ñumí, en la región mixteca del estado de Oaxaca, uno de los más pobres y rezagados del país.

    “Yo soy una Cleo más”, dice Ade, como la conocen las amigas. Y la realidad es que su trayectoria vital recuerda demasiado, casi 50 años después, a la de la “nana” Libo de Cuarón, en la que se inspiró el cineasta para narrar las vicisitudes de su particular Cleo, protagonizada por la también oaxaqueña, y aspirante al Óscar, Yalitza Aparicio.

    El primer empleo de Ade fue “de planta”, viviendo en una casa y cuidando a tres niños. Ganaba 1,000 pesos semanales (unos 52 dólares) y trabajaba más de 14 horas diarias. “No tienes la libertad de ser tú misma, siempre tienes que estar con esa familia”, agrega la mujer.

    Adelina Castro es una de las 2,4 millones de empleadas domésticas que ofrece su fuerza de trabajo en Ciudad de México. La brasileña Fabiana Barbosa de Souza, de 36 años, junto una de las hijas de su empleadora en Río de Janeiro.

    Tras dejar este empleo tuvo otros. Entre estos, fue trabajadora del hogar de una persona que, para dirigirse a ella, le gritaba: “¡Hey, horrorosa!”.

    Hoy trabaja de “entrada por salida”; es decir, ya no duerme con las familias. Su situación ha mejorado en los últimos años, en buena parte por el Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (Sinactraho), creado en el 2015, y el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar.

    Según la OIT,
    Hay 18 millones de trabajadores domésticos en América Latina.
    Con un 93% de personal femenino, esta ocupación es “una de las más importantes para las mujeres de la región”, dice un documento.

    “Aprendí a valorarme como persona, también en el trabajo. Muchas veces, por cómo se refieren a nosotras, somos incluso más duras con nosotras mismas”, apuntó.

    -Lucha por derechos-

    La situación de estas mujeres, a quienes homenajea Cuarón, las ha echado a la suerte de encontrar condiciones justas en la vivienda de sus patrones, mientras el oficio lentamente se encuadra en un marco normativo.

    Varios países de la región establecieron leyes para el rubro en los últimos años. Pero otras realidades simultáneas, como las crisis económicas y las migraciones, obstaculizan esas ambiciones de formalidad que más de una decena de naciones ratificó con el Convenio 189 de la OIT, vigente desde 2013.

    Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela, entre otros, cuentan con normativas que establecen pisos salariales y otros beneficios. Aunque la práctica tiene un ritmo distinto. En diciembre, la Suprema Corte mexicana obligó a incorporar en tres años a unas dos millones de trabajadoras al sistema de seguridad social, para garantizar su acceso a salud pública y otros beneficios.

    Sin embargo, países que ya han avanzado en este campo, como Argentina, prueban que el desafío no termina en la norma. Desde 2013, la ley otorga al rubro similares derechos que al resto: horas extras, vacaciones, licencia por maternidad. No obstante, el 57% del trabajo en casas particulares aún es informal. La fragilidad de estas empleadas también sucumbe a dificultades económicas y sociales. Lo confirma el caso de Brasil, donde la enmienda constitucional de 2013 favorable a las domésticas se topó con una recesión entre 2015 y 2017, que hizo mella en las garantías: hoy, casi un tercio de las 6,2 millones trabaja informalmente.

    Aracelly Calvo, una costarricense de la provincia de Guanacaste.

    En México, Sofía Pablo López es secretaria de Finanzas de Sinactraho -que cuenta con unas 1,500 afiliadas- y fue, durante casi un lustro, trabajadora de hogar. Esta joven, también de origen oaxaqueño, explicó que la mejora de las condiciones de las trabajadoras del hogar -95% del sector son mujeres- son todavía mínimas. “Es un trabajo feminizado porque siempre se ha dicho que el trabajo del hogar lo tiene que hacer la mujer”, denuncia. Aunque 9 de cada 10 ya no viven con sus empleadores, solo 1% tiene un contrato por escrito. Nadan, en definitiva, en la informalidad.

    Para Sofía, la historia de “Roma” le supuso “un mar de sentimientos” y es muy parecida a la de su madre, también trabajadora del hogar. Su progenitora emigró a Ciudad de México con 20 años y un hijo en brazos.

    Salió adelante no sin dificultades, pues la discriminaban por hablar mixteco, la lengua que también usa Cleo para hablar con su amiga y también trabajadora del hogar, Adela.

    La mexicana Ignacia Ponciano posa en la casa donde labora como empleada doméstica, su ocupación hace más de 30 años.

    -Vidas que se repiten-

    La historia de Ade y de Nacha no es exclusiva de México sino un reflejo de una tradición en América Latina, donde se repite sin fronteras esta relación que entrelaza la vida laboral y personal de las trabajadoras. En Venezuela, Marbelis Martínez, de 41 años, limpia apartamentos. Aunque la ley laboral la ampara desde 2012, apenas puede comprar medio kilo de carne con su paga semanal. “Pero ni siquiera me alcanza para comprar medio cartón de huevos [15 unidades]”, se lamenta. En Estados Unidos, meca de muchos latinos, una encuesta del sindicato nacional de domésticas concluye que “las trabajadoras están expuestas a los caprichos de sus empleadores”.

    Según el estudio, 23% de los despidos en esa nación son por quejas sobre las condiciones de trabajo, y 18% por reclamos sobre el incumplimiento de sus contratos. A muchas otras, su situación migratoria las obliga a callar.

    Pero el desamparo también tiene lugar en la propia patria. En Guatemala, cuenta Maritza Velásquez, presidenta de la Asociación de Trabajadoras del Hogar, donde la mayoría de las empleadas proviene de regiones indígenas, son pocas las que ganan el salario mínimo de 384 dólares.

    “El sueldo mensual puede ir de 90 a 320 dólares, pero casi no hay denuncias, por temor a represalias”, señala Velásquez.