Resulta difícil entender el lenguaje cantinflesco del ambiente burocrático, aunque el contenido de las expresiones y la intención del informante se deduce con la experiencia acumulada a lo largo de los años. Hoy se nos dice que las tarifas de la Empresa Nacional de Energía Eléctrica se calcularán por los costos, no por las ineficiencias cotidianas.
Pero también las tarifas serán estructuradas con base en el uso eficiente de la energía. Vaya usted a saber cuál será la evaluación para identificar y calificar las ineficiencias y la contribución de cada una de ellas en las finanzas de la empresa, con un déficit endémico, obsoleta red de transmisión y altibajos en la generación que obliga a cortes, habitualmente disfrazados en labor en las redes de distribución.
Lo anterior se deduce del reglamento elaborado por la Comisión Reguladora de Energía Eléctrica, en el que consta el cálculo del nuevo pliego tarifario. Hablar de tarifas, en tiempos en que los precios del petróleo se hallan por el suelo o por las nubes, es sinónimo de ajuste hacia arriba; es insólito, por lo menos entre nosotros, hasta imaginar un ajuste al exceso con reducción en el cobro.
Si además de ello se nos señala el acuerdo negociado con el Fondo Monetario Internacional en 2014, está completa la fórmula para el incremento que en el ámbito residencial, comercial o sector productivo elevará los costos, empujará la inflación, disminuirá la capacidad adquisitiva familiar y afectará la competitividad, necesaria para mantener los empleos y crear nuevas oportunidades de trabajo.
Donde se resalta el eufemismo es al señalar el objetivo: el uso eficiente de la energía mediante la estructuración de las tarifas. Ante la inconsciencia generalizada, el golpe a la bolsa mediante la factura mensual logrará por algún tiempo la moderación en el consumo; pero las familias y las empresas se van acomodando a las nuevas circunstancias, particularmente las últimas, cuyo mayor costo en la producción se pasa al mercado.
Claro que hay que pagar lo que se consume, pero no las altas pérdidas técnicas, la morosidad del sector público o grandes consumidores y, mucho menos, el daño que producen los pegues clandestinos para el robo de la energía.
¿Dónde irán, entonces, las pérdidas por deficiencias? Si no se reflejan en la facturación mensual, las seguiremos viendo con mayor frecuencia e intensidad en las irregularidades en el servicio, evidenciadas en los apagones.