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Utopía

  • 11 mayo 2021 /

    “Sí, no, lo más seguro es quién sabe”, síntesis cercana a la realidad de lo que se dice en altas esferas de los países ricos sobre la liberación de patentes de fabricación para que, en corto tiempo, llegue la vacuna contra el covid a aquellos países cuyas economías débiles con esquelético sistema financiero y profundos problemas sociales no tienen capacidad de adquisición sin financiamiento externo. Salió lo de las patentes, los derechos de autor, los beneficios astronómicos de empresas que recibieron el respaldo con recursos del Estado proveniente de los impuestos para investigar y acelerar el hallazgo de una vacuna, lo cual lograron para alivio de los países, pero también para la obtención de ganancias extraordinarias reflejadas en estado de cuenta de multinacionales. La iniciativa esperanzadora ha entrado a debate, pero como en el ambiente de juego infantil o peleas de niños ya ha habido repuesta que ojalá sea producto de una reacción política superficial que desaparezca para bien de la humanidad, de los hoy ya masivamente vacunados y de millones y millones que esperan las unidades de inmunidad.

    A la propuesta del presidente Joe Biden para la suspensión de las patentes ha respondido el otro gran bloque con acelerado proceso en la vacunación de su población. Primero, le dicen a Washington, exporten las vacunas que van almacenando con riesgo de fecha de caducidad cercana que hagan inservible su inmunización. Mientras las negociaciones se mantienen en secreto, alta confidencialidad y con la mira en la dimensión política, los debates se han multiplicado en los últimos días, pues como señaló el científico hondureño Marco Tulio Medina “nosotros somos parte de ese mismo ferrocarril llamado humanidad.

    Ahora estamos hablando de solidaridad humana o planetaria para que la vacuna sea más accesible para todos y podamos salir de esta pesadilla”. Todos viajamos bajo la misma tormenta, pero no todos, en el mismo barco. Nada nuevo, pero sí real para no seguir haciendo el papel de víctimas y culpar al norte, sino asumir con mayor responsabilidad la grave situación que nos exige enfrentar con más decisión e inteligencia el desafío para salir adelante con menor daño, pues suficiente el que está causando la pandemia. Confiar en la suspensión de la patente como han pedido numerosos países es esperar el maná que requiere una acción milagrosa y eso “sí, no, lo más seguro es quién sabe”. De nosotros principalmente debe venir la mitigación de los daños, de manera que la luz en el túnel esté cada día más cercana y alumbre más para que no sigamos tropezando en la misma “turunca”.