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Tocando fondo

  • 15 marzo 2021 /

    Cuatro meses después del devastador paso de los huracanes Eta e Iota —entre el 1 y el 16 de noviembre— familias enteras que vivían en La Lima o en municipios de la costa norte, aún deambulan entre albergues y la intemperie porque se quedaron sin casa, una tragedia que sumaron a las pérdidas que ya habían sufrido por la emergencia sanitaria del covid-19.

    Estas familias traían sus ingresos de su trabajo en la calle y en el campo, de actividades que desaparecieron tras el largo confinamiento y las restricciones derivadas de la pandemia. Sin trabajo, sin ahorros para subsistir y ahora sin casa, estos hondureños forman parte de esas estadísticas de los más vulnerables, porque no tienen ni dónde vivir. Están entre los hondureños que han tocado fondo.

    Ellos pertenecen a los 8 millones de centroamericanos que sufren inseguridad alimentaria aguda en Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua en 2021, como resultado de la crisis económica y de los desastres climáticos, como cita el reciente informe del Programa Mundial de Alimentos (PMA), que ha alertado que, de esta cifra, 1.7 millones se encuentran en la categoría de “emergencia”.

    Estas familias de la zona norte se han sumado a las comunidades que han sufrido la peor parte de una emergencia climática, donde años consecutivos de sequía y un clima errático han interrumpido la producción de alimentos básicos.

    La inseguridad alimentaria se ha multiplicado en los últimos dos años en estos cuatro países “azotados por graves hambrunas causadas por la crisis económica desatada por el covid-19 y los desastres naturales”. Pasamos de 2.2 millones de personas afectadas en 2018 a cerca de 8 millones este año.

    El hambre “se ha multiplicado por cuatro en los últimos dos años” en Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua, señaló esta agencia de Naciones Unidas en un dramático llamado al mundo, porque se necesitan al menos 47.3 millones de dólares durante los próximos seis meses, para traer asistencia.

    En Honduras, según estas estimaciones, el número de hogares que no tenían suficiente para comer durante la pandemia aumentó en un 50 por ciento en comparación con estadísticas previas al covid-19, mientras en Guatemala esos hogares casi se duplicaron.

    Y de estos hogares desamparados resultan las olas de migrantes que buscan solucionar su situación lejos, porque aquí no tienen alimentos ni trabajo. Necesitan respuestas rápidas para no seguir amenazados, volver a tener esperanza y ya no irse a dormir con hambre.