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Ni falta que hace

  • 18 enero 2021 /

Editorial, 18 de enero 2021.

    A tres días para la toma de posesión de Joe Biden para poner fin a una nefasta administración abundan las interrogantes por la fractura en la sociedad norteamericana y en el Partido Republicano, proyectando una imagen insólita de la Unión Americana, cuyas consecuencias marcarán los próximos cuatro años pese al distanciamiento que se quiera marcar del autoritarismo y populismo de la administración Trump.

    Los actos de traspaso de poder están condicionados por la pandemia, pero también por la negativa del presidente saliente a participar. Su negativa ya ha recibido repuesta con el dicho de la sabiduría popular, “si no viene, no tiene que irse. O aquel dicho popular “ni falta que hace”, y claro que no hace falta porque su sola presencia será un manchón. Pero cuidado, no haya sorpresa de última hora no para reconocer la realidad, sino para lavar un poco la imagen que sigue en la palestra por el juicio político y la reacción de numerosos sectores de la sociedad norteamericana.

    Y no es para menos, pues hasta la cúpula militar, fiel a la Constitución y totalmente ajena a la política, se ha pronunciado sobre el grave momento que atraviesa el país, la necesidad de aceptar y cumplir las leyes con responsabilidad manifiesta y sin excepciones de quienes las incumplan. La toma del Capitolio ha dolido, y aunque se “echen para atrás”, los hechos son innegables, evidentes, las explicaciones o interpretaciones pueden variar.

    La mirada se halla al frente, tanto así que el juicio político abierto llega tarde para la sustitución en la Casa Blanca, pero muy oportuno para que el país no vuelva a tropezar en la misma piedra. Los desafíos internos y externos son mayúsculos. Los primeros para reparar la fractura social que no busca unanimidad en el pensar, sentir y hacer, sino en el respeto, en la convivencia y en la solidaridad como valores fundamentales de la vida personal y colectiva.

    Hacia afuera, la administración Biden necesitará una muy larga, áspera y fina recomposición de las relaciones con los vecinos, los aliados tradicionales y con aquellos otros, países y organismos internacionales, “ninguneados” por aquello de América primero que cercenó la globalización, alejó, con el sello de definitivo, tratados internacionales y presentó como todo un símbolo del aislamiento el gran muro en la frontera sur.

    No hay que hacerse ilusiones, pero tampoco recurrir a “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”, porque si es malísimo, el futuro cercano irá proporcionando indicios fiables de que habrá mejoría interna, para los vecinos y para la comunidad internacional. Si no aparece Trump el miércoles, mejor, ni falta que hace; y si no va, no necesita volver.