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Eterna fórmula

  • 23 septiembre 2020 /

Editorial, 23 de septiembre 2020.

    Urgen fondos es el titular de LA PRENSA en el reportaje sobre los daños causados por las lluvias en el valle de Sula, lo cual, desgraciadamente, no cae por sorpresa, pues al uso del presente de indicativo habrá que añadir el pasado, urgían, y con alarde de previsión el futuro, urgirán, pues la labor por décadas se ha limitado, muy limitadamente, a mirar los efectos; pero no las causas, plenamente identificadas, para regular las crecidas de los dos grandes ríos antes de su llegada al valle, paso natural en su viaje al mar.

    Las gráficas hablan más que mil palabras y, aunque no faltará quien recuerde aquellas catastróficas situaciones del Fifí o del Mitch, cada año centenares de familias tienen que ser evacuadas y los cultivos son anegados. Lo que un día era el gran manto verde de plantaciones de bananos se fue convirtiendo en extensas áreas cultivadas de granos que con unos días bajo el agua se pierden.

    Así ha ocurrido en el municipio de Potrerillos y en la aldea de Santiago, cuyas tierras fueron anegadas con la crecida del río Ulúa, zona que fue declarada en alerta por Copeco. Eso es lo que ha habido recientemente, pero lo grave es que la fórmula para resolver el problema es la misma, sin quitar punto ni coma. No es ningún misterio ni mérito del personal de la Comisión para el Control de Inundaciones en el Valle de Sula (CCIVS): represas en el alto o medio cauce, de manera que la regulación por medio de estas necesarias obras en los ríos moderase el caudal que necesariamente tiene que llegar a las ricas tierras del valle.

    Las explicaciones sobre las pérdidas siguen también en la misma línea y así anualmente culpan a la escasez de recursos, que apenas llegan para el mantenimiento de bordos, cuya filtración es tarea de los fenómenos naturales en una especie de gato y ratón, tú tapas y yo agujereo, como ocurre en el bordo de río Blanco, rupturas de hace dos décadas. Arrimar tierra a la orilla de ríos y compactarla puede aliviar el impacto de una temporada lluviosa, pero con el paso de los días las tormentas y las descargas en el interior evidenciarán aquello de “echar sal en el mar” no es solución y muestra un absurdo más en el manejo de recursos del Estado, sin más prioridad que la visión interesada de quien dispone del poder.

    “La mayor parte de las desgracias físicas que nos aquejan son obras nuestras”, nos recuerda el filósofo Juan Jacobo Rousseau, pero nosotros apuntamos al virus, a los fenómenos naturales o al pasado. Una autoculpa no entra ni en la agenda ni en la conciencia de funcionarios y políticos.