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Educación

  • 11 agosto 2020 /

    Casi, casi con la mente en blanco las preguntas se van acumulando y en estampida arrollan todo a su paso dejando una estela que impide ver más allá de la distancia de la nariz. Las crisis sanitaria y económica llenan páginas y obstaculizan el quehacer diario de empresas, familias y responsabilidades del Estado.

    Recientemente la Organización de las Naciones Unidas presentó otro gran riesgo, “catástrofe generacional”, las consecuencias del covid en la educación de niños y jóvenes, cuyos efectos duraderos serán más visibles en las generaciones que inician y avanzan en la ruta para la incorporación plena en el mundo laboral.

    La debilidad del sistema educativo en numerosos países ha alcanzado niveles insospechados por la suspensión de clases, cierre de escuelas, colegios y universidades que tratan, como paliativo, generalizar el uso de plataformas digitales en el desarrollo de los planes y programas educativos. “Ahora nos enfrentamos a una catástrofe generacional que podría desperdiciar un potencial humano incalculable, minar décadas de progreso y exacerbar las desigualdades arraigadas”, advierte la ONU, cuyo secretario general señala que es “la mayor disrupción que ha sufrido nunca la educación”.

    Como declaración oficial o acuerdo en asamblea el panorama presentado y los consejos dados apenas hacen cosquillas, pues cada país tiene lo suyo. En Honduras está cercana la apertura de centros docentes privados y ya escuchamos el notable descenso en la matrícula, fenómeno derivado de las dificultades económicas en familias que han perdido o han visto reducido su ingreso fijo proveniente del puesto laboral.

    En el ámbito de la educación pública con suspensión de clases casi a inicios del año escolar la preocupación está dirigida a salvar el ciclo anual, aunque el desarrollo del programa enseñanza aprendizaje evidencie enormes vacíos y exclusión de miles de alumnos, en todos los niveles, sin acceso, medianamente utilizable por lo menos, de la red.

    Para los niños y jóvenes que comenzarán ahora y para los que terminan en diciembre el año educativo no será lo mismo y eso imaginando, con gran optimismo, un fin de la pandemia cercano, pues si resulta complicado lo de la mascarilla y la distancia física para los adultos, ¿qué sucederá con los estudiantes?

    Podemos dar un salto y avanzar hacia sistemas progresistas que impartan educación de calidad para todos, como trampolín para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible”.

    Soñaba el abad de San Pedro y la ONU también nos quiere hacer soñar.