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¡Qué ironía!

  • 06 agosto 2020 /

    Y están calificados de “primera línea”. ¡Qué ironía! En primera línea se hallan ministros, viceministros, directores, personal de oficina y aquello que dijimos con sesiones virtuales, pero todos ellos con depósito mensual asegurado y puntual. Integran la gran primera línea de cobro, ya que hay otras más que al amparo del presupuesto nacional han tenido la gran dicha del completo respeto a sus derechos labores, sin más sacrificio que el quedarse en casa para evitar enfermarse y contagiar.

    Ahora resulta que el hospital Leonardo Martínez tiene que reducir la capacidad de atención a enfermos del covid porque al personal de “batalla”, léase enfermeras profesionales y auxiliares, no le han pagado los meses de junio y julio. Aquello del bono por el alto riesgo de su labor y como estímulo y reconocimiento ha quedado en el veremos para cuando haya un hueco en las finanzas, cumplidos los compromisos de alta responsabilidad, como si el jugarse la vida en la atención a los pacientes y alejarse de la familia para no contagiar no fuese una altísima responsabilidad cada día.

    Esperemos que no se traiga en descargo de altos funcionarios aquello de la estrepitosa caída en los ingresos fiscales y se apele al ya aprobado, pero no depositado, porque si hay centavos, solo centavos en la lipidia, que vayan a todos aquellos directamente, dedicado a curar, prevenir y proveer medicamento y material. También a todos aquellos en labores de seguridad, limpieza y otras necesidades en hospitales, centros de salud y de atención especial para combatir la pandemia.

    A la danza de millones, tan ágilmente destinada a compras, se le ha de dotar de prioridades.
    La principal, el personal sanitario.

    No hay explicación ni excusa para retrasar el salario a quienes llevan la carga más pesada de la pandemia, con alto número de víctimas y con gran cansancio y desgaste emocional, pues los turnos van más allá del horario en un ambiente tan agotador, lo cual entre lágrimas expuso una enfermera al compartir la dramática experiencia en su turno: “No quiero morir solo”, decía un paciente.

    La renuncia de 50 enfermeras y doctores intensivistas, internistas y cardiólogos resulta imperdonable y, si hubiese un poco de dignidad y menos consideración de precio, como señalamos recientemente, habrá que deducir responsabilidades, ya que es personal de primera línea, pero es también reducción de camas para atender a pacientes graves o, en su más alto nivel, unidad de cuidados intensivos. Por muchas promesas y carreras a última hora, el daño está hecho. ¿Quién responde? Yo no fui, fue...