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Deuda política

  • 05 junio 2020 /

    En eso de deuda hay tanta tela que cortar y es tan indefinido el lenguaje que generalmente lleva un calificativo pegado para especificar a quién o a qué se refiere en cada caso concreto. Si colocamos a la deuda el adjetivo externa tenemos una dimensión de generaciones venideras que no fueron arte ni parte, pero que llevarán la carga. En esos tiempos hay otra epidemia: la “necesaria y urgente” recepción de recursos con compromisos de pagos.

    No nos referimos a esa pesada carga que en dos décadas ha llegado a superar a aquella “condonada” con destino a reducir sustancialmente la pobreza. La deuda externa hay que dejarla que los expertos la expliquen para no entenderla. El absurdo es el endeudamiento para pagar deudas o, lo que es lo mismo, aflojar momentáneamente la soga que volverá a apretar.

    En estos trágicos días en que las crisis sanitaria, laboral y social nos asfixia hay quienes reclaman el aumento, en un 200%, en la deuda política. ¡Claro que la política y los políticos están tan endeudados con la sociedad que debieran ser declarados en bancarrota! Pero el tema no se refiere a ese campo de finanzas, sino a la gratificación de las instituciones políticas por el voto de los ciudadanos en las urnas.

    Claro que hay una estratosférica deuda política con el pueblo, no con los partidos cuyos dirigentes no asumen su responsabilidad, sino que se apoltronan en el poder y desde allí, como mirada olímpica en lo alto, no les alcanzan los temporales. Cuando más duramente golpea la crisis a los hondureños resucita la idea salvadora para los mismos o similares: una parte mayor del erario nacional, supuestamente en nombre de la democracia, “poder del pueblo”.

    “No podemos en tiempos de crisis aumentar el valor de la deuda política bajo ningún punto. Cualquier incremento debe redestinarse a atender la crisis sanitaria y económica”, tuiteó el presidente del Legislativo, quien además puntualizó que eso de grande o pequeño no cabe en la ley, solo es real lo de inscrito o no inscrito.

    Quede zanjada esta cuestión y la que a ella se suma con lo del porcentaje para los partidos minoritarios, pues, aunque la democracia, como sucede con la energía eléctrica, la más cara es la que no se tiene, no por ello hemos de pagar tan alto precio para que una minoría cobijada, quizá hasta por herencia, mantenga privilegios y garantías a los que aspiran, por el voto o las influencias, nuevos “mesías”.