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10:47 AM

Esperanza

  • 30 marzo 2020 /

    Mejor decisiones oportunas en el ambiente propio de cada sociedad que enredarse en un mensaje populista de sonrisa barata que a la vuelta de la esquina desaparece para dejar espacio a consejos y advertencias que contradicen la “infalibilidad” de quien se halla en la cumbre, aunque en el colmo de la retórica y demagogia apelen a aquello de “equivocarse es de humanos, corregir es de sabios”. ¡Vaya consuelo!

    Ejemplos varios, como aquel que habló de gripe y ahora tiene el país, de norte a sur, en plena emergencia con augurios de catástrofe inimaginable y millones de ciudadanos sometidos a confinamiento en espera del “pico” de la enfermedad en dos semanas.

    Otro halagaba a la población con palabras baratas de seguir tranquilos, salir a pasear, a restaurantes en familia, y después se traga sus palabras y sorprende: “Estén en sus casas con su familia, ayúdennos también a guardar la sana distancia y que haya higiene”.

    Las decisiones en nuestro país van marcando el día a día en los ciudadanos tratando de conjugar con el menor nivel de riesgo la crisis sanitaria y la crisis social, ambas coincidentes en un desafío descomunal desconocido en el país, lo cual requiere responsabilidad y sensatez de todos, pues como advirtió LA PRENSA con antelación “no es un juego”, es reto de vida o muerte.

    La prolongación del toque de queda, el confinamiento, la alerta roja, todo ello señal inequívoca de que la enfermedad llegó para quedarse, nos ha introducido en el túnel cuyo final nos costará mucho en muerte, dolor y recursos, sin evadir las secuelas personales y colectivas del miedo, que ha entrado de lleno en los hogares.

    La epidemia de la que el Presidente de la república advierte que falta lo peor va creando un panorama desolador que se mueve entre el fatalismo y la esperanza. De esta hay mucha en los hondureños, aunque en las últimas décadas les ha fallado el acompañamiento de dirigentes en todos los niveles para alcanzar metas que mejoren la calidad, hoy en jaque por un virus infiltrado y, hasta el momento, imparable.

    Quedémonos con la esperanza, aunque en ocasiones tienda a quebrarse, pues después de la tempestad viene la calma, y en el límite del bien la sabiduría popular enseña: “No hay mal que por bien no venga”. De momento, el miedo y la incertidumbre aprisionan ese bien. Ojalá cuando pase todo esto podamos no solo pensar, sino decir y hasta gritar que de la crisis salimos mejores personas, iniciando esa mejoría arriba, donde se trace la ruta hacia el bienestar, la justicia, la paz y la prosperidad de todos los hondureños.