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Los que quedamos aquí

  • 22 enero 2020 /

    Diariamente, los medios nos informan sobre la odisea que viven los hondureños que han decidido aventurarse para emigrar a los Estados Unidos, adonde esperan poder construir un futuro mejor para ellos y para sus hijos. La migración es un fenómeno nada nuevo y natural, recurrente a lo largo de la historia y, por qué no decirlo, un derecho inherente del ser humano. Los flujos migratorios, por diversas razones, son una constante imposible de evitar y que se acentúan en épocas de crisis económica o en períodos de guerra o postguerra.

    Pero ya bastante se ha escrito, y se continúa escribiendo, sobre estos paisanos nuestros que, a costa de todo tipo de sacrificios y renuncias, han abandonado el país. Falta reflexionar sobre los que, a pesar de todos los pesares y de todas las dificultades, hemos decidido quedarnos aquí y continuar trabajando para sacar adelante a Honduras.

    Los que nos hemos quedado debemos comenzar por ponernos de acuerdo. No podemos continuar profundizando divisiones, predicando el odio entre hermanos ni viéndonos, unos a otros, como enemigos. Y no hace falta que estemos de acuerdo en todo. Es humano y normal que tengamos distintas cosmovisiones, que veamos soluciones distintas a los mismos problemas y que, por eso, militemos en partidos diversos. Pero eso no puede servir de excusa para descalificarnos ni para pensar que unos queremos a la patria más que los demás y que tenemos dominio exclusivo sobre la verdad y la razón.

    Sabemos, a ciencia cierta, que, independientemente de quien llegue al poder de la nación, los retos serán los mismos y que solo unidos vamos a poder enfrentarlos y superarlos. Ninguno de los dirigentes de las distintas facciones políticas tiene el genio suficiente ni una varita mágica para dar solución a tantas dificultades que nos afligen. Aquí lo que queda es conjugar voluntades y mirar en la misma dirección, sin recelos, sin desconfianza, sin amarguras.

    Claro, requisito indispensable para trabajar juntos es la búsqueda sincera del bien común y abandonar los intereses de grupo. Solo así se detendrá la sangría de mano de obra que se da cada vez que sale una nueva caravana y, con ella, la mano de obra necesaria para cortar café, trabajar en las maquilas o hacer producir el campo.