En los últimos días, los incendios, en escalada redoblada, como en el lenguaje militar, han asolado miles de hectáreas de bosques en los que desaparece también la fauna, se agrava la salud de las personas y queda puerta abierta a la desertización, que no es tan evidente como la tradicional; pero sí reflejada en meses y meses de quejas por falta o escasez de agua en los hogares. Es toda una cadena de calamidades que resalta mucho más en nuestros días al observar la invasión verde en valles, laderas, cumbres y ciudades de países cercanos.
Levantando un poco la mirada de los predios arrasados, los bosques son eficaces canales o defensa de trinchera contra quienes aún desde la cúpula de poder niegan el cambio climático no por ceguera o escasa inteligencia, sino por interés económico y traición a las generaciones jóvenes y venideras, que ya han levantado su voz en el “viernes por el futuro”. Aunque el problema del cambio climático y sus evidentes consecuencias tienen muchos y variados rostros, el bosque “pulmón” para la vida tiene un protagonismo que marca la superviviencia de todos los seres.
Desgraciadamente tenemos ya un corredor seco, caudales de ríos sin gota de agua, clamor en barrios y colonias, aunque desde el campo oficial se califique de “positivo” el balance hídrico, las fuentes de agua. Desde la oficina y con arreglo a cálculos para informes, los resultados son muy diferentes al día a día de miles de hogares a los que se les promete el acceso al agua potable. Si arden los bosques, si la riqueza forestal no es protegida de las plagas, también humana, el calificativo de positivo queda en el papel, ya que verano tras verano y en temporada de lluvia el líquido se hace esquivo en las llaves. El bosque debe ser beneficio de generaciones, no presa de pirómanos ni de indolentes, corruptos e irresponsables burócratas y políticos.