Evidentemente, nadie está autorizado ni tiene la estatura moral para juzgar a un suicida. Habría que habitar su psiquis o estar en su piel para entender plenamente sus emociones, sus sentimientos. Además, la depresión, la causa más común del suicidio, es una enfermedad y, como todas las enfermedades, no se adquiere voluntariamente. En el caso de los adolescentes habría que tomar en cuenta la habilidad propia de la edad, la falta de madurez, la exacerbación afectiva típica de esa etapa de crecimiento.
Lo peor que se puede hacer ante el suicidio de una persona es buscar culpables. Es cierto que hay circunstancias familiares que pueden orillar a un muchacho, a una muchacha a quitarse la vida, pero también es cierto que hay millones de jóvenes que atraviesan situaciones similares y que jamás se plantean suicidarse, también es cierto que ningún padre de familia sano busca provocar un estado anímico en sus hijos que lo haga pensar en semejante extremo. Es necesario que los padres de familia rechacen cualquier sentimiento de culpa que les sobrevenga ante la pérdida de un hijo por esta razón. Solo puede sentirse culpable aquel que, deliberadamente, haya buscado hacer sufrir a sus hijos y llevarlos a la desesperación. Y eso es muy poco probable, más bien una rareza. Casi la totalidad de los padres más bien ponen todos los medios a su alcance para procurar la felicidad de sus hijos.
En el caso de los adultos, un altísimo porcentaje llega al suicidio, como ya se señalaba, como producto de un proceso depresivo, por eso es indispensable tratar esta enfermedad lo antes posible acudiendo al médico ante los primeros síntomas.
Por supuesto, hay que estar atentos a los cambios de conducta de los seres queridos, de los amigos, incluso de los colegas, para ayudar en caso de que haga falta. Hay que fortalecer los vínculos afectivos, favorecer una autoestima sana y buscar tratamiento médico oportuno sin darle largas al asunto.