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Responsabilidad personal

  • 23 mayo 2018 /

En los últimos años el precio del crudo se mantuvo oscilando sobre los cincuenta dólares el barril.

    La subida del precio del petróleo en el mercado internacional ha sido preocupación de todos los Gobiernos. La importancia que tienen los carburantes para el transporte de mercancías, para la movilización de la ciudadanía y para la producción de energía en general, provoca que, cada vez que se encarecen se genere un efecto dominó en el costo de los bienes y servicios y, por lo mismo, que se dispare la inflación. En los últimos años el precio del crudo se mantuvo oscilando sobre los cincuenta dólares el barril y, en todas aquellas naciones que no producen petróleo, como la nuestra, se respiraba cierto alivio ante la ausencia de semejante presión económica. Pero parece que el alivio ha llegado a su fin y que, de nuevo, la gasolina, el diésel o el keroseno, dispararán sus precios y muchas cosas con ellos.

    Los hondureños, acostumbrados a culpar al Gobierno de todo y a pedirle que lo resuelva todo, hemos olvidado que cada uno debe asumir la responsabilidad que le toca ante una situación que supera las políticas energéticas locales. Como en tantas cosas de la vida, la felicidad de unos descansa sobre la desgracia de otros. Seguramente los países productores y exportadores de petróleo ya calculan sus ganancias y se alegran de la situación, mientras otros nos lamentamos.

    Sin embargo, además de lamentarnos, es necesario que reflexionemos sobre cómo nuestra conducta en relación con el uso de los combustibles de origen fósil debe cambiar. Cuando la gasolina baja de precio nos acostumbramos a usar el automóvil para recorrer cortas distancias y abusamos en el consumo del petróleo y sus derivados. Luego, cuando los precios se disparan, mantenemos los hábitos y no nos planteamos hacer un plan de ahorro para evitar que la factura petrolera se encargue de acabar con los dólares recaudados con las remesas, el café, los melones o los camarones, que también son necesarios para la importación de medicamentos y otras necesidades de alguna manera más trascendentes que las habituales.

    La manera de enfrentar este tipo de crisis debe partir de decisiones personales, de decisiones responsables. En otros países, y aunque todas las comparaciones sean odiosas a veces hay que hacerlas, los ciudadanos se hacen un plan familiar para ahorrar combustible, comparten la llevada o traída de los niños a la escuela con un vecino o usan el transporte público. Es cierto que las condiciones son distintas, pero habría que echar a andar la creatividad para evitar el derroche. De no ser así, ya nos lamentaremos más de lo habitual.