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Perdemos todos

  • 15 enero 2018 /

El daño que se causa a Honduras es enorme.

    San Pedro Sula, Honduras

    Los hondureños esperábamos que luego de los lamentables acontecimientos suscitados debido a la resistencia de la Alianza Libre-Pinu a aceptar los resultados de las elecciones del último domingo de noviembre, y cara a un año que recién comienza, iba a prevalecer la sensatez y podríamos retomar nuestras respectivas labores para continuar los esfuerzos, individuales y colectivos, por sacar adelante al país. Desafortunadamente parece que un sector del espectro político nacional no ha logrado entender que, con acciones destructivas, con el entorpecimiento del desarrollo normal de la vida nacional y con el fomento de la confrontación perdemos todos.

    El daño que se causa a Honduras, y esta entendida no como una abstracción sino como su concreción en cada uno de los que aquí vivimos, es enorme. Y, curiosamente, aquellos que causan destrozos, aquellos que aterrorizan a la gente honrada, aquellos que anteponen su soberbia, su vanidad y sus caprichos al bien colectivo, no parecen darse cuenta de que se dañan a sí mismos y a sus familias. Aparte de perder simpatía entre la población y de ver menguado el prestigio que alguna vez pudieron haber tenido, pues los actos que hemos tenido la tristeza de contemplar no manifiestan ningún amor por la patria ni interés por el mejoramiento de las condiciones de vida de la población.

    Si nos detenemos a observar con objetividad el efecto que la destrucción de un bien público o privado genera en los hondureños que vivimos de un empleo o los que estamos luchando por desarrollar un emprendimiento, o los que hemos arriesgado un capital para generar empleo nos quedamos asustados. Fuentes de todo crédito han señalado que se han perdido puestos de trabajo, que ha habido miles de personas que percibían algún ingreso desarrollando trabajos temporales en la época navideña que dejaron de recibirlo, que la inversión, y con ella las nuevas contrataciones, se ha ralentizado debido al vandalismo y los actos delictivos.

    Con la obstaculización de una calle, de una carretera, nadie gana nada; cuando se le mete fuego o se apedrea a un negocio, a una oficina o una caseta se pierden millones que alguien tendrá que pagar. Y, al final, pagamos todos, pagamos con los impuestos, con el desempleo, con la inflación, incluso con la salud mental, que se ve alterada por la zozobra y por el miedo.

    Dicen que para resurgir hay que tocar fondo. Quiera Dios que no haya que descender más para salir de nuevo a flote, ya que cada vez va a ser más costoso recuperar la paz y los bienes destruidos.