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Sensatez

  • 02 diciembre 2017 /

Todos en este país esperábamos que hechos como los que se habían dado en 2009 jamás volverían a repetirse.

    Hace apenas ocho días los hondureños dimos al mundo una lección de civilidad y democracia. Ahora, gracias a un grupo de desaprensivos, la damos de barbarie, de vandalismo, de salvajismo. La destrucción de propiedad pública y privada, el asalto, el robo, el terror, no pueden ser justificados desde ninguna perspectiva; nadie que le tenga un poquito de cariño a Honduras puede causarle semejante daño.

    La rapidez y la facilidad con las que ahora se difunde la información nos ha permitido ser testigos, casi inmediatos, de tanto hecho lamentable, supuestamente causado por razones políticas, que dan pena, dan dolor, dan vergüenza. Tanta maldad no puede ser motivada por una pasión electoral sino por conductas delincuenciales bien arraigadas en los hombres y mujeres que las protagonizaron y, por qué no decirlo, en los que las han auspiciado y aupado.

    Todos en este país esperábamos que hechos como los que se habían dado en 2009 jamás volverían a repetirse o que algunos de sus protagonistas hubieran tomado lecciones y aprendido que la violencia solo genera odios, resentimientos, rencores y daño a la convivencia fraterna. Ahora, abiertas de nuevo aquellas heridas, habrá que resanarlas y procurar que en el futuro nunca más se produzcan. Para eso habrá que hacer acopio de toda la capacidad racional y volitiva y todo el amor por esta tierra que nos vio nacer y a la que no nos cansamos de hacer padecer.

    Durante décadas, los hondureños nos jactamos de que aunque a nuestro alrededor, en el resto de los países vecinos, se derramara sangre fratricida, aquí habíamos logrado arreglar más o menos civilizadamente nuestras diferencias. En momentos álgidos de la historia nacional habíamos logrado dialogar, ceder en posturas opuestas y privilegiar el interés de la nación por encima del bien particular. La patria ahora no espera menos. Sus buenos hijos, que siempre hemos sido mayoría, debemos hacer a un lado todas nuestras naturales diferencias y ponernos de acuerdo para trabajar y luchar por su bienestar; un bienestar que solo es posible en un clima de paz, de respeto, de concordia.

    Así como nuestros hermanos centroamericanos pudieron salir de situaciones de guerra, de luchas intestinas tremendas, nosotros debemos ser capaces de sentarnos a la mesa y hacer un haz de voluntades por Honduras.

    Ojalá que la sensatez prevalezca y salgamos de esta crisis pronto, para que la cerca Navidad nos encuentre serenos y dispuestos a dar lo mejor de cada uno para alcanzar la paz duradera.