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Mensajero

  • 21 septiembre 2017 /

    No es para asustarse, pero tampoco aquello de que siempre se han producido catástrofes, escenas apocalípticas, terremotos, huracanes, tifones, etc. La violencia, la destrucción y la muerte se han convertido en leyenda, en romances o canciones de castillos, como aquella en la que se pregonaba que donde cabalgaba Atila no volvía a crecer la hierba, o en producciones cinematográficas amparadas en el éxito comercial. Sin embargo, para eludir responsabilidad y derivarla hacia donde sea se echa mano de la historia e incluso desde aquellos tiempos más confusos calificados de prehistoria.

    Las advertencias desde el campo de ciencia son el toque de alerta, con retraso tal como se muestra en los desastres, cada vez mayores, de fenómenos naturales como los que se generan en los océanos cobran fuerza y arrasan cuanto encuentran a su paso al llegar a tierra. La coincidencia de tres fenómenos naturales hace unas semanas en plena actividad: Irma, José y Katie, con el antecedente de Harvey y la repetición del mismo escenario en estos días con José, cercano de la costa este de Estados Unidos; Lee y María, golpeando las Antillas Menores y Puerto Rico ha sorprendido, pues no es normal esta actividad con la coexistencia de tales fenómenos.

    Sin embargo, no es su número o su coincidencia lo que ha hecho saltar las alarmas, pues no se hallan pruebas, sino su fuerza, evidenciada en una intensidad devastadora. Normal la formación y el desarrollo de huracanes, pero que alcen y mantengan su máxima categoría, cinco, durante tantos días seguidos, ya salta los parámetros aceptados hasta el momento, por lo que habrá que buscar y hallar la causa, pues lamentarse o combatir solo los efectos es seguir atrapados y cada vez más indefensos ante este tipo de fenómenos naturales.

    El “cambio climático es el responsable de la fuerza e intensidad”, señalan miembros de Greenpeace quienes insisten en que los huracanes se proveen de su “energía destructiva” de la alteración de la temperatura en el océano por la emisión de gases efecto invernadero. Cerrar los ojos y apelar a la economía, al consumo como nivel de calidad de vida con grave deterioro de la naturaleza es colocar la soga al cuello que ya comenzó a apretar, pero que lo hará más fuertemente en cuanto más ciegos y sordos se hagan los políticos y dirigentes de las grandes potencias, que son también los mayores contaminadores.

    No es un fantasma el cambio climático ni demagogia barata o cara hablar de él y actuar colectivamente, pues su enviado, superhuracán, entrega el mensaje, por ello, ante la evidencia suenan absurdos los negacionistas que debieran ser señalados como traidores a la humanidad.