24/04/2024
07:05 PM

Valoremos el sacrificio de Jesús

Si usted supiera... Si todos supiéramos... No podemos comprender el amor de Jesús. Es un amor que alimenta, que cuida, que realiza. Cristo vino a la tierra como un regalo, no para tomar algo nuestro. El no es como los presidentes, reyes o jefes de estado que en vez de beneficiar al pueblo, lo llenan de impuestos y se aprovechan de él.

Rafael Prieto R. de Plasencia, España, dice que el Hijo del hombre nos dio todo: su ternura, su gracia, su medicina, su fuerza, su presencia y su espíritu. Su donación fue tan grande y tan completa que se quedó vacío. “Te has hecho pobre y nos has enriquecido” (De la liturgia maronita). Y cuando ya no tenía otra cosa que darnos, se dio a sí mismo. Se hizo pan y vino para alimentarnos. “Tomen y coman, este es mi cuerpo, esta es mi sangre. Hagan esto en conmemoración mía”.

Con las celebraciones de la Semana Santa, evocamos la figura mitificada del pelícano. Es un animal generoso y sacrificado por sus hijuelos hasta la muerte. En los tiempos en que no puede conseguir comida para sus hijos, se abre el pecho con su pico para que sus retoños se alimenten.

Si usted supiera... Si todos supiéramos... Si pudiéramos comprender. Cristo es como el piadoso pelícano que se parte a sí mismo para que lo comamos los que lo amamos. Llega a ser así alimento y medicina para los suyos. Y lo bueno de este amor de Jesús es que no es posesivo, no aniquila a la persona amada, al contrario, su amor es oblativo, se deja sacrificar, se deja comer por la persona amada. Su alimento es de tal naturaleza que no se deja absorber por el que lo come, sino que lo transforma en su propia identidad. El que come el pan de Cristo se cristifica. El que bebe la sangre de Cristo, se llena de la alegría de su espíritu.

Si todos supiéramos... Cristo nos limpió con su sangre. Nos salvó del pecado. Nos reconcilió con su Padre. Nos sentíamos sucios. Nos encontrábamos indignos. Había algo muy feo en nosotros. A Cristo le hubiera bastado verter una sola gota de sangre. Hay tanta fuerza salvífica, tanto espíritu en cada gota de su sangre que no haría falta más. Su sangre está cargada de una energía purificadora infinita y tiene la fuerza misteriosa del amor del espíritu. Pero nuestro salvador no es un hombre de pesos y medidas, de ofertas y regateos, Es el hombre de la gracia, de la generosidad. Por eso no nos ofrece una gota de sangre para limpiarnos y salvarnos, nos regala hasta la última gota de su sangre, hace brotar de su corazón ríos de agua viva. Solo esta sangre puede limpiarnos, embellecernos, transfigurarnos... ¡Límpianos con tu sangre, Jesús!

En este Domingo de Resurrección, en este día de victoria sobre la muerte, sobre

el pecado, valoremos en la medida correcta el gran sacrificio de Jesús por su pueblo y agradezcámosle generosamente con nuestra entrega, nuestro servicio y nuestro amor...